Andrea del Pilar Bautista Perdomo
Desde la vigilia de anoche, cristianos católicos hemos manifestado la usual expresión: ¡Feliz Pascua! Pascua es la fiesta cristiana más importante de todo el año, es la resurrección de Jesús, es la superación de la tradición judía, del paso de la liberación de la esclavitud de los israelitas en Egipto. Llegar a la expresión: ¡Feliz Pascua!, es un camino, un itinerario, no se dice por cumplir o al azar; la cuaresma, que es un tiempo de llamado a la conversión, fue la oportunidad que nos brindó la Iglesia de prepararnos para anhelar la pascua cristiana. Pascua, es experimentar e interiorizar el significado de la misión de Jesús, su pasión, muerte y especialmente su resurrección.
El pasado domingo, llamado de ramos, proclamábamos a Jesús como el Rey. El Jueves Santo, día especial donde recordábamos la última cena, la institución del sacramento de la eucaristía, por ende, la del orden sacerdotal en clave de servicio, donde Jesús les encomendó ese mismo sacramento actuante a sus discípulos. El Viernes Santo, la devocional vía crucis, este año como el anterior suspendidas en nuestras calles a causa de la pandemia y reducidas en su realización en los templos y sus alrededores. Este mismo día, celebrábamos la muy olvidada Pasión del Señor y terminábamos este día escuchando las reflexiones de las últimas 7 palabras de Jesús en la cruz.
El sábado un día de mucha expectativa y deseo, esperábamos el cumplimiento de la promesa del Señor, la resurrección. Esa noche muy tempranamente, celebrábamos la solemnidad mayor, la esperada vigilia de Pascua, festividad con una riqueza única, dividida en cuatro partes: la primera, la bendición del fuego; la segunda parte, la liturgia de la palabra; la tercera parte de esta celebración, invocábamos la presencia de muchos santos de la Iglesia; y finalmente, la liturgia eucarística.
Hoy Domingo de Resurrección la liturgia también de una gran riqueza, no tanto como la vigilia pascual, pero si celebrando a Dios que se hizo como nosotros realizando la voluntad de su Padre para enseñarnos a amar, a tal punto que lo entregó todo, asumiendo las consecuencias, su muerte, pero cumpliendo sus promesas y la más grande revelada, su Resurrección.
Mi deseo es que sigamos teniendo esperanza, que persistamos en unirnos siempre a Él porque así fallemos, caigamos y nos equivoquemos, Él siempre nos hará triunfar y nos ayudará a soliviar las cargas que se puedan tener. Felices Pascuas.