La Nación
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George Moustaki

El comentario de Elías

Tan pronto llegué a Francia, descubrí el furor de las canciones de Moustaki. Sonaban permanentemente en la radio. Las oíamos hasta la saciedad en la Ciudad Universitaria. Un guitarrista venezolano, miembro de nuestro grupo, las interpretaba con pasión. Sentíamos en su música y sus letras un verdadero territorio de la poesía.

Furor que se acrecentó cuando lo vimos personalmente en uno de los actos culturales de La Residencia Estudiantil de Grecia. Sonría al lado de otro grande de la música universal, Mikis Theodorakis. Moustakí no podía ocultar su rostro de patriarca griego, de permanente extranjero, de judío errante y cabellos alborotados al viento. Le bastó una guitarra para poblar la sala con bellas melodías que encendían mundos inéditos.

Mayor el furor al utilizar la voz para interpretar sus canciones. Voz construida en tono bajo, ritmo lento, timbre ronco, capaz de estremecer la emoción y elevarla a la cima de un deleite limpio. Música, voz y palabra fundidas para construir poemas, para poner al descubierto el sentido libertario de la especie, tan viva en una generación influida por la contracultura de la época y la vida misma.

Sus canciones aludían al ‘mayo 68’ francés. En los grafitis veía la certeza de que todo puede cambiar, de que es posible la vida y el amor sin proyectos ni costumbres. Convirtió la soledad en la mejor amistad, la más sincera de todas las compañeras, la más cómplice de todas las cómplices, la última compañía en el último día. Cantó al espíritu libertario de Zacco y Vanzetti, dos víctimas del statu quo norteamericano, electrocutados en 1927. Ellos duermen en el corazón de la gente, están solos en la muerte: pero por su muerte, vencerán hacia a la vida.

Hubo explosión general cuando interpretó ‘Había una vez un jardín’. Canción dedicada a los niños que nacen y viven entre el acero y el cemento, los que quizás nunca sabrán que la tierra fue un jardín para todos. Tan grande para abrigar a miles y miles de niños, de seres humanos. Sus dos versos finales conmueven: ‘Dónde está esta casa de puertas abiertas / que busco todavía sin encontrarla jamás’.

En las canciones de Moustakí se puede oír aquella voz de Rimbaud: ‘La vida está en otra parte’. No en esta lógica de política y economía, de trabajo y salario, sueldo y consumo. Horrenda manía de consumir para aparentar éxito, felicidad, vida. Hermosa voz de un cantautor que acaba de morir y habrá que escuchar sus señales por mucho tiempo.
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