José Piar Iriarte
Hillel “El Grande”, cuya huella existencial se encuentra en el Talmud, fue un rabí judío conocido como el mejor jurista de su tiempo (año 70 a.c al 12 d.c.), hombre sabio y sin pretensión diferente a enseñar y aplicar la ley pero desde una postura en la que el amor fuera la fuente en el ejercicio del derecho; resumió toda su sapiencia en una oración, antecedente de la gran enseñanza que más adelante Jesús predicó: “Cualquier cosa que te sea odiosa, no se la hagas a tu prójimo: esta es toda la Ley; el resto es simple comentario”, encerrando con ello el toque mágico que requiere una sociedad para un mejor vivir.
Sin embargo, las maravillosas cualidades que le acompañaban debió expresarlas en circunstancias azarosas generadas por candentes enfrentamientos cuyo único fin era la asunción de liderazgos y gobierno en una sociedad convulsionada y sometida a intereses diversos, empezando con la ocupación Romana sumada a una férrea interpretación farisea de la ley mosaica , pues “su ignorancia” era la causa de la ira de Dios con el pueblo elegido y en la que el derecho humano y el divino era inseparable.
En aquella época y en esa sociedad, como hoy, como aquí y ahora, existieron también “escribas y Fariseos, hipócritas!” Pululando en cada recodo, en manifiesta contradicción , como decía Hillel: “Sé de los discípulos de Aarón; amando la paz y persiguiendo la paz”, pregonando indulgencias a los errores pasados pero preparando el asalto para hacerse con el botín mayor .
Los incrédulos es dable que reflexionen sobre esto: No importa la orilla ideológica en la que se encuentre, lo importante es que aquello que quisiera que fuese solo es posible si participa, si se atreve a exigir transparencia a quien represente sus intereses, fortaleciendo con ideas y buenos argumentos el partido o movimiento político al que pertenezca, actuando con madurez y sensatez. Si se equivocó, cada cuatro años sobreviene la oportunidad de enmendar los errores y sancionar a quienes no han honrado el mandato que les otorgó.
Continuar en el sinuoso sendero de una democracia sin partidos sólidos, sin liderazgo, sin responsabilidad con la historia pero con el insaciable apetito de seguir alimentando la corrupción, es terreno abonado para hacer inviable cualquier proyecto de sociedad.
Cómo construir y desarrollar una nación si lo que nos caracteriza es la búsqueda de esguinces para hacer inaplicables todas las conquistas que por momentos nos hizo soñar con un Estado Social de Derecho. Tristemente, desde los albores de lo que somos, hemos estado “Amando la paz y persiguiendo la paz”.