Con la identidad de una persona, poco importa la razón jurídica donde nace sino la tierra donde crece. No es suizo Carpentier por nacer en Lausana, es cubano por beber la esencia humana de la isla y cubanas son sus obras. Tampoco Fuentes es panameño, mexicanos sus textos, huelen a esencia del suelo mexicano. George Orwell siempre británico a pesar de haber nacido en India.
Muy venezolano Simón Bolívar sin importar su nacimiento en una colonia adscrita al coloniaje español. También José Eustasio Rivera muy de San Mateo, hoy Rivera, a pesar de haber pertenecido jurídicamente a la Neiva de entonces. No son las entidades jurídicas, artificios sociales, -Colombia, Huila, Neiva- las formadoras del ser. “Ser colombiano es un acto de fe” afirma un personaje de Borges. Una ficción, diría yo.
El ser florece sobre la tierra donde crece, donde cultiva el espíritu y decanta la consciencia. Donde ve y siente por primera vez el mundo. Se forma, especialmente, durante los primeros años conviviendo con las personas amadas y las odiadas; con los seres de la Naturaleza: montañas, ríos, celajes mañaneros, bellos atardeceres… La tierra temprana talla el espíritu, construye el ser; pero también lo obnubila, lo degrada, lo aliena, lo deshumaniza.
Identidad terrenal, origen de nuestro glorioso yo, de nuestro olvidado yo, de nuestro malogrado yo. Construida para perpetuar a nuestros abuelos, a los abuelos de los abuelos, a través de una larga red de amores y desamores, que, según Borges, “Trazaron desde Adán y los desiertos / De Caín y Abel, en una aurora / Tan antigua que ya es mitología”.
San Mateo posee la primera niñez de José Eustasio Rivera. Allí enraizó en el Universo, cultivó su consciencia, afinó su espíritu, formó su carácter; se hizo poeta, novelista, dramaturgo. Allí formó su identidad, su origen como ser humano. Lo confirmaron don Milcíades Pastrana, respetable anciano de lúcida memoria; también Isaías Peña, cualificado académico, en sus diferentes ensayos sobre la vida del Poeta, y Neale Silva, gran investigador chileno.
Basta el bello y significativo relato del pequeñín José Eustasio Rivera extraviado, embelesado, frente al canto de una cigarra. Desde entonces, sospechaba lo invisible en lo visible, lo esencial en las formas, la música universal en el canto de una cigarra, lo sagrado en lo profano. Quizás ya lo sabía: cualquier ser son todos los seres.
Desde entonces, la semilla de su ser se expandía. Se transformaba silenciosamente en poemas, novela, teatro, porque, según Saramago, “La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, …”.