Este domingo, Jesús nos prepara para lo que viene: su muerte y resurrección. Y hace comparación con el grano de trigo que no da fruto si no muere.
Padre Elcías Trujillo Núñez
«Entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión de la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era natural de Betsaida de Galilea, y le dijeron: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús. Jesús dijo: Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante. Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.» (Juan 12,20-33)
La semilla debe quedar sepultada bajo tierra para que brote de ella una espiga fructificadora. Vivimos en la sociedad de los fácil y lo rápido. No importa lo profundo, lo que perdura. Todo es de usar y tirar. Todo es descafeinado, tibio, indiferente. Las cosas, las metas se quieren conseguir sin demasiado esfuerzo. Eso de dar la vida por el otro parece pasado de moda. Hablar hoy de dar la vida por los otros, morir para dar vida a otros, sacrificarse por algo o por alguien no entra en el vocabulario de nuestra mentalidad actual. Solo nos contentamos con admirar a quien lo hace.
Me pregunto, ante tal situación de Jesús, ante esta manera de hablar, ¿quién lo escuchará? Sin embargo, el mensaje de Jesús es tan actual como siempre. Sabemos por experiencia que sólo lo que se consigue con esfuerzo tiene valor y calidad. Vemos cómo los grandes hombres y mujeres que destacan muchas veces han llegado ahí a base de mucho sacrificio. La vida misma nos dice que sin sufrimiento, sin dificultad, sin tropiezos, no hay profundidad en las cosas y en las personas. Maduramos tropezando, equivocándonos, sufriendo. Por eso quizá hay tanta gente inmadura en nuestros días, incapaz muchas veces de vivir un amor de verdad y para siempre.
Jesús nos recuerda que nuestra vida debe ser el seguimiento del Maestro, el reflejo de su itinerario, que pasa por la cruz y lleva hacia la luz. No hay resurrección sin muerte. No hay un cristianismo fácil y cómodo. El cristianismo es profético y testimonial, aun a riesgo de ser rechazado o ignorado, o no es auténtico cristianismo. El cristiano es especialista en nadar contracorriente. Un cristiano que no denuncia la injusticia, es cómplice de ella y no se hace digno del nombre que lleva. Con amabilidad, pero con coherencia y firmeza, pues sólo ahí surge la necesidad y la alegría del seguimiento hasta el final, hasta la cruz.
Preguntémonos: ¿Estamos dispuestos a morir como Jesús? ¿Estamos dispuestos a seguir al Señor no sólo en su glorificación y triunfo sino en su dolor y en su cruz? ¿O nos quedaremos dormidos como los apóstoles en Getsemaní? Quien hace bien, recoge bien, aunque no siempre lo recoja inmediatamente. La cruz indica aparente fracaso, pero sólo aparente. El bien siempre triunfa sobre el mal, y ése es el gran motivo de nuestra lucha y nuestra esperanza. Hagamos el bien, aunque eso suponga sacrificio y aunque eso vaya contra nuestra natural inclinación al egoísmo. Hagamos el bien, no importa a quién. Un día el bien saldrá a la luz, la verdad resplandecerá y nos sentiremos felices. Porque eso es en definitiva a lo que nos invita el evangelio de este quinto domingo de Cuaresma: morir por el otro, entregarse por el otro, ir haciendo de nuestra vida un camino de amor y de bondad, que vaya dando frutos, que construyan un mundo mejor, más justo y más humano.
Nota: Iniciamos el próximo Domingo la semana Mayor, tiempo de reflexión en nuestro caminar cristiano.
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“Jesús nos recuerda que nuestra vida debe ser el seguimiento del Maestro, el reflejo de su itinerario, que pasa por la cruz y lleva hacia la luz”
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Morir por el otro, entregarse por el otro, ir haciendo de nuestra vida un camino de amor y de bondad, que vaya dando frutos, que construyan un mundo mejor, más justo y más humano.