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La dictadura de los valores. Por Alvaro Carrera Carrera

Los rostros de los indignados, primero en Madrid, y en un contagio síquico diseminados por New York, Atenas y grandes ciudades de esta aldea universal, bien pueden ser los mismos que observamos en las viejas y descoloridas fotos y películas de la crisis de 1.930; quizá más elementales, espontáneos y perplejos los últimos. Los rostros de los indignados,  primero en Madrid, y en un contagio síquico diseminados por New York,  Atenas y grandes ciudades de esta aldea universal, bien pueden ser los mismos que observamos en las viejas y descoloridas fotos y películas de la crisis de 1.930; quizá más elementales, espontáneos y perplejos los últimos. Ahora no existe un Stalin que envíe a Siberia a quien se atreva a explicar que el capitalismo sufre de crisis sin que signifique su final. Lo que enseña la experiencia, las periódicas caídas de títulos en las bolsas, es que todo esfuerzo por reemplazar, desplazar o ignorar el valor mercantil, los precios, el mercado con todas sus vicisitudes, ha resultado infructuoso. La planeación central soviética, no obtuvo nada diferente a un capitalismo de Estado, incompetente y tenebroso enemigo del ecosistema. Nunca el mundo conoció otra versión de la economía, otra contabilidad, sin precios ni ganancias, sin salarios con plusvalía. El gigante Chino y comunista, después de la sangrienta y fanática revolución cultural, rinde culto al gato capitalista. Igual fracasaron San Francisco y Simeón Estilita, cambiando la ambición egoísta por la piedad y la humildad. Con estas, no se alimentan los hombres en la tierra. Hasta la fe se agiganta dentro y alrededor de enormes templos de impresionante riqueza, que alardean con filigranas de arte, arabescos y finísimos y pulidos pisos para que el más allá pueda levitar. Si se diera una competencia, sería muy difícil señalar el más majestuoso. Una pagoda con budas de oro, el cristiano con su arte de valor incalculable, o esos enormes escenarios de adoración islámica, con bóvedas inmensas que agigantan las imprecaciones rodeadas de silencios abismales. El culto al valor sigue a pesar de los milenios; es una categoría social, una manera humana de entenderse y valorarse a sí misma. Es extrapolación del valor subjetivo al mundo colectivo. Puede tenerse como una dictadura; pero de origen síquico. Los Estados pueden intervenir, expropiar los bienes, apoderarse o castigar los banqueros, solo hasta que llega el momento en que se encuentran irremediablemente sometidos a los títulos que representan riqueza, como a un dios de la historia real. Implica lo anterior, que existe una realidad… social,  un límite a la imaginación (Dilthey), en materia de piedad, de sueños igualitarios o cualquiera otro. Es el fenómeno subjetivo que construye el castillo de la economía, su base, denunciando una segunda variable histórica: materia social- mito. Lamentable o no, los indignados no pasan de ser tales, no ofrecen alternativas.  Lo real suele ser fatalidad, pero le da consistencia al mundo.