Piero Emmanuel Silva Arce
Se comienzan a calentar las campañas políticas que definirán el Congreso y la presidencia el siguiente año. Se inundan las redes sociales de todo tipo de propagandas, unos comiendo corrientazos, otros hablando con los pobres, algunos siembran árboles y varios en poses llamativas tratando de llamar la atención a toda costa. Todos quieren hablar, generando un ambiente más bien estridente entre el ego, la grandilocuencia y las verdades absolutas. Hay carencia de reflexión y, sobre todo, de preguntas.
El marketing se ha erigido como el amo de la actividad política. Se trata de la imposición de la lógica del mercado, banalizando la disertación pública en torno a ideas que partan de una lectura detenida y compleja de las realidades. La contabilidad de los votos prima y solo aquellos con suficientes caudales se abren espacio para quedar en las listas de los partidos, en una lógica reproductora de un sistema político cerrado y excluyente. En ese sentido, los ciudadanos son reducidos a cifras, números para atraer, mientras sus problemas fundamentales quedan en lo enunciativo. Son pocos los sectores y los líderes que se atreven a proponer reformas profundas y plantean análisis serios, saliéndose de la hegemonía de las imágenes propagandísticas. Algunos aducen que las soluciones ya están dadas y que lo único que falta es que ellos accedan al poder para llevarlas a cabo porque los malos son los que han gobernado, los otros; así pasan los años y a pesar de los “salvadores” se repite una realidad violenta, injusta y autoritaria. La dinámica del rendimiento electoral genera el reencauche de políticos corruptos, aquellos que bailan al ritmo que les pongan, sumándose a las colectividades que puntean en los sondeos de opinión. Estos tienen muchas opciones porque entran poniendo votos y ante una buena oferta, los grupos sin principios éticos sucumben fácilmente.
También es verdad que hay colectividades con propuestas claras sobre las reformas que necesita el país y sus regiones. Saben que llevar a cabo cambios sustanciales significa incomodar las dinámicas económicas, culturales y políticas heredadas, aquellas que justamente cuentan con todos los caudales para imponerse, como sucede típicamente, en las elecciones. Como ciudadanía debemos comenzar a juntarnos en torno al análisis crítico de la democracia y a la comprensión profunda del presente para proyectar el devenir, cuestionando aquella politiquería insulsa que nos hipnotiza con la promesa eterna de futuro. Esa misma promesa que viene fracasando durante siglos.