Nació en Neiva, pasó parte de su niñez en Villavieja de donde es su familia, pero se formó en Bogotá, trabajando junto a su mamá para sacar su familia adelante. Nació en Neiva, pasó parte de su niñez en Villavieja de donde es su familia, pero se formó en Bogotá, trabajando junto a su mamá para sacar su familia adelante. Esa es la historia del sargento Rodrigo García Amaya, recordado porque sus lágrimas dieron la vuelta al mundo, momentos en que fue sacado a la fuerza por un grupo de indígenas del cerro Las Torres en Toribío (Cauca). LA NACIÓN habló con el suboficial, quien dijo que se siente tan opita como las achiras. MILTON JAVIER GUARNIZO LA NACIÓN, NEIVA Debajo del camuflado del sargento Rodrigo García Amaya o ‘El Mono’, como lo llaman cariñosamente en su familia, se encuentra una persona amable y bastante asequible a la hora de hablar. Asegura que se siente orgulloso de servirle al país como soldado y que le hierve la sangre cuando escucha el Sanjuanero. Es el segundo de tres hijos y dio sus primeros pasos en el barrio El Jardín, en el oriente de Neiva, donde nació el primero de febrero de 1981. Como cualquier opita procura venir al Huila a disfrutar de las festividades del San Pedro, siempre y cuando su trabajo se lo permita. Esa es la historia que hay detrás de aquel militar de 31 años, recordado por las imágenes que le dieron la vuelta al país y al mundo el pasado 17 de julio, momentos en que la comunidad indígena expulsó del cerro Las Torres, en el municipio de Toribío (Cauca), al grupo de soldados del Batallón de Montaña No. 8 de la Fuerza de Tarea Apolo que él comandaba. El sargento García fue considerado un héroe y se convirtió en símbolo de las contradicciones del conflicto armado colombiano, pues pese a que ese día contaba con un fusil, varias granadas y gases lacrimógenos, resolvió armarse de valor y humildad para resistirse a las pretensiones de la turba de indígenas que lo sacaron contra su voluntad. LA NACIÓN habló con el sargento García Amaya, quien recordó los difíciles momentos por los que pasó esa tarde en el cerro Las Torres, de su vida y de los 13 años que lleva prestando sus servicios al Ejército Nacional. ¿Qué tan huilense es el sargento García? Soy opita un 100 por ciento. Me hierve la sangre cuando escucho el Sanjuanero, cuando como bizcochos con queso, envuelto y chocolate, cuando se vienen las festividades del San Pedro, cuando rebobino el casete y recuerdo toda mi infancia en el barrio El Jardín al oriente de Neiva, donde viví hasta los 8 años. Desafortunadamente vino la separación de mis padres, me fui con mi mamá para Bogotá, pero por la difícil situación económica tuve que irme a vivir con mi papá al municipio de Villavieja, donde estuve desde los 13 hasta los 15 años, porque luego me regresé para Bogotá. ¿Cómo fue la vida de Rodrigo García Amaya antes de pertenecer al Ejército Nacional? Mi niñez y adolescencia fue una época muy dura, puesto que mi madre trabajaba en casa con su máquina de coser, sólo contábamos con la casa en un barrio estrato uno, lo único que nos quedó, mi madre nos sacó adelante prácticamente sola. Por la difícil situación económica tuve que trabajar desde los 13 años para poder ayudar en el sustento de nuestro hogar. Inicié mi vida laboral en una plaza de mercado los días domingos, trabajé en un circo como ayudante, en una ciudad de hierro, luego a los 16 años como ayudante en una lotería y en una agencia de correo como etiquetador. A los 18 finalicé el bachillerato después de recorrer un duro trayecto e inicié mi trabajo en el Ejército Nacional. ¿Qué es lo que más recuerda de los momentos en que usted y sus hombres fueron expulsados por los indígenas? Recuerdo demasiadas cosas, pero lo que más me emociona es saber que mis hombres siempre me apoyaron, me protegieron, me obedecieron, se controlaron. Recuerdo cómo se enervaron, se indispusieron y se desesperaron los indígenas cuando se pararon enfrente de un hombre con determinación, porque en el momento en que me tomaron por la fuerza y me echaron tierra les dije: “Yo soy colombiano y a mí de Colombia no me van a sacar. Esta es mi tierra, este es mi pueblo, esta es mi decisión. De aquí no me voy”. ¿Por qué lloró el sargento García? Tenía que expresar lo que sentía de alguna forma: sentí tristeza, indignación, melancolía, pena por aquellos que nos estaban haciendo eso, pesar porque su destino está atado al nuestro también, me sentí humillado y abochornado, pero jamás me sentí derrotado. La cuestión es que aquel pueblo está desorientado, está mal liderado y sus líderes mal orientados, deben entender que el enemigo no es el pueblo, yo y mis soldados somos parte de un pueblo, somos parte de ellos, somos parte de la misma cultura. Hoy, casi seis meses después de su expulsión del cerro Las Torres, ¿qué piensa de ese suceso? Que no se puede volver a repetir, que deben reconocer la humanidad del soldado, que se debe reconocer que el soldado es parte del pueblo y que el pueblo es Colombia, que Colombia somos ustedes y nosotros. Que el soldado vive y muere por su Nación, que yo no soy un héroe, pero si tengo que morir como tal por una noble causa, lo haría con orgullo. El Ejército Nacional prevalecerá para siempre porque es una empresa generadora de empleo, es la empresa más grande de Colombia, es la empresa a la cual todos podemos pertenecer, el Ejército y el soldado somos patrimonio de nuestra Nación, al igual que todos los que pertenecemos a este territorio. Mi trabajo es por Colombia y me siento muy orgulloso de aportar a la felicidad y prosperidad del pueblo colombiano. Las lágrimas del sargento García le dieron la vuelta al país y al mundo. El sargento García y sus hombres fueron expulsados a la fuerza por la comunidad indígena. El militar neivano asegura que lloró porque sintió impotencia, pero actuó con humildad. El sargento García fue condecorado por el Gobierno Nacional, días después del suceso del cerro Las Torres en Toribío. Su madre, María Amaya, ha sido el mayor ejemplo en la vida del sargento García.