El sistema carcelario colombiano hizo, definitivamente, ‘agua’ y necesita una reforma profunda para hacerle frente a los graves problemas de corrupción que padece.
Es inconcebible que el peligroso capo Juan Larrison Castro Estupiñán, alias ‘Matamba’, se haya fugado de La Picota de Bogotá, considerada una de las cárceles de máxima seguridad del país. Y no estamos hablando de un preso de talla menor. ‘Matamba’ es un mafioso, que mutó de guerrillero a paramilitar y luego a narcotraficante. Tiene conexiones no solo con carteles de droga internacionales sino con militares corruptos.
Hay que decirlo claro: la fuga de ‘Matamba’ es una vergüenza para el Estado y debe conducir a que se tomen, por un lado, las medidas que sean necesarias para que este tipo de hechos no se vuelvan a presentar, y por el otro, a que se estructure un plan dirigido para hacerle frente a la corrupción y a la anarquía que se han ‘tragado’ al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec.
Frente a este caso puntual de ‘Matamba’ en cuya fuga se habrían pagado al menos 20 mil millones de pesos en sobornos, las investigaciones deben desarrollarse de manera rigurosa y las sanciones que se impongan deben ser ejemplarizantes.
Aunque le quedan pocos meses al gobierno del presidente Iván Duque, el actual ministro de Justicia, Wilson Ruiz Orejuela, debe sentar las bases de la gran reforma que requiere el Inpec. Si esa reforma incluye la desaparición de esa entidad, es bienvenida.
Los colombianos deben ser conscientes que el Inpec lleva más de 20 años sumido en toda clase de escándalos de corrupción, los cuales han buscado calmarse siempre con ‘pañitos de agua tibia’, que en este caso vienen siendo las renuncias o destituciones de directores o mandos medios. Por eso, es hora de medidas de fondo.