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La llave de Santos

n momentos en que la violencia vuelve a recrudecerse, paradójicamente en las zonas de mayor rezago social y económico del país, el Presidente Santos no parece estar dispuesto a caer en la tentación de un nuevo diálogo de paz, aunque parece no descartar Exégesis MIGUEL ÁNGEL LEMUS MANGONES En momentos en que la violencia vuelve a recrudecerse, paradójicamente en las zonas de mayor rezago social y económico del país, el Presidente Santos no parece estar dispuesto a caer en la tentación de un nuevo diálogo de paz, aunque parece no descartar acercamientos con la insurgencia cuando advierte que la llave de los diálogos está extraviada, aunque no perdida. No hay mayor anhelo para los colombianos que el de la paz. Una palabra históricamente esquiva, a tal punto que buena parte de las generaciones pasadas y presentes, hayamos nacido, crecido y desaparecido bajo el estigma del conflicto. Los colombianos no sólo tuvimos que sufrir los efectos de una colonización despiadada, sino que hemos tenido que soportar toda la violencia que se desató para independizarnos del régimen monárquico español. Y no sólo eso, también hemos sido víctimas de la violencia bipartidista de la década de los 50 y de la otra, la de los 60, siendo ésta última la más cruda,  seguramente porque su derrotero político fue trastocado por la nefasta influencia del narcotráfico. Son más de seis décadas recientes de violencia, por lo que no parece claro ni fácil  un eventual proceso de paz con el nuevo gobierno. Por el contrario, el accionar de la guerrilla y la voluntad del gobierno de combatirla, no parece ser el escenario más propicio para reinaugurar los diálogos entre las partes, pese al interés de la insurgencia de retomar la agenda inconclusa del Caguán, aunque presionando con acciones violentas y abominables en el occidente del país. No es extraño entonces que el Presidente Santos descarte de tajo la posibilidad de un diálogo inmediato, no porque el gobierno sea esquivo a esa propósito, sino porque dialogar bajo presión y sin muestras concretas de paz -como la liberación de los secuestrados políticos y económicos- no parece ser una estrategia negociable, sobre todo cuando el Estado tiene la sartén por el mango. No obstante lo anterior, seguimos expectantes sobre cuando superaremos la barbarie, esa que nos acerca más a la violencia de la  conquista española, que a los sueños de una sociedad más justa. Y no por razones ideológicas, pues estas ya quedaron  registradas en las primeras páginas de un libro escrito con sangre, sino por la terquedad, derivada de razones económicas, las que, en últimas, son las que le dan sostén a una guerra que ya nadie entiende.