No deja de ser extraño para nuestro pensamiento, la forma como la naturaleza enseña sus procesos y reglas, de los que aparentamos ser espectadores incontaminados. Tiene ella la obstinada costumbre de involucrar al investigador, en los fenómenos de la física, así se trate de científicos que se esconden tras un “laboratorio de observación” con su reloj para medir el tiempo. Es el enlace del experimento con el observador, ubicándolo como una especie de juez de “su” proceso. Desde Euclides, se sospecha que estamos involucrados subjetivamente con los objetos, inexplicables fuera de la mente. Más, en el caso del experimento de Michelson (1881), que implica que para el sujeto que viaja en el tren de Einstein, la compuerta delantera y trasera se abren en el mismo instante, en tanto que para aquel del andén, aquellas se abren a intervalos de varios segundos, rompiendo con el absolutismo del tiempo, para dejar el de la luz. Podría tratarse de la “cuarta dimensión”, arraigada en el sujeto mismo. En otras palabras, sin sujeto (observador), no hay tiempo. Sumado lo anterior a otra reflexión: La observación subjetiva, es válida para el método científico. O simplemente, hay una realidad que es subjetiva; como realidad, no es imaginación… pero es subjetiva. Es como un pertinaz juego de la materia y la idea encubriéndose mutuamente, lo que puede alarmar a los materialistas modernos. De alguna manera, estas revelaciones del infracosmos, insinúan el postulado bicentenario de la idea absoluta de Hegel, que inspiró a Marx para convertirla en materia histórica, a pesar de un inconveniente: La falta de continuidad; una dificultad para considerarlas sustancias. Tanto la materia como sus apariencias (ideas), se esfuman en las micropartículas (cuánticas) y en la sucesión de percepciones (tiempo). Puede tratarse de una herejía contra el materialismo vulgar dominante en las academias, considerar que la disposición intrínseca de los neurocientíficos, junto a la percepción subjetiva (cualias), es más que una traducción de la realidad, excediendo el criterio de nuestro compatriota Rodolfo Llinás. Es claro que estas observaciones no dan una solución a todos los interrogantes en la confrontación materia-espíritu, pero convertir el observador en un simple punto geométrico, tampoco elimina esa inquietante relación de aquel con el cosmos y sus leyes. Esta metáfora de Einstein está conectada con el pensamiento, con Heráclito, Berkeley, Hume, Hegel, Marx. Y desde luego, con el hombre, como un Borges panteísta; pudo decirnos: ‘La luz es la sustancia de que estoy hecho. La luz es un río que me arrebata, pero yo soy la luz… El mundo, desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges’.