La muerte de Cristo. Por Raúl Eduardo Sánchez

El dedo en la llaga En esta época de semana santa, me surgen profundas reflexiones acerca de la vida de Jesús en términos históricos y religiosos. Ubiquémonos en esos tiempos. El pueblo de Israel estaba sometido al imperio romano. El leproso era un excluido social, lo que tocaba lo dejaba impuro y los judíos lo discriminaban inhumanamente. Las prostitutas eran proscritas. Los cobradores de impuestos mal vistos. En medio de ese ambiente llega alguien, una especie de “loco” a predicar el amor, la solidaridad, la igualdad, la creencia en un solo Dios, a separar la iglesia del Estado, es decir, a romper esquemas y patrones establecidos y por lo tanto sufre la muerte a través de la crucifixión. Ahora el mensaje se ha perdido, la iglesia católica o mejor las jerarquías cristianas, se han ensañado en contra de los que representan los leprosos o las prostitutas hoy en día, como son los excluidos. Las directivas religiosas los persiguen, los discriminan, son impuros a los ojos de la iglesia, sin embargo, estoy convencido que si Jesús estuviera físicamente en la tierra no estaría en los grandes palacios vaticanos, lo contrario estaría luchando por los derechos de las minorías excluidas, hoy en día homosexuales, discapacitados físicos o mentales, prostitutas, pobres, entre otros, por eso no entiendo hoy a los cristianos o a los católicos o a los ortodoxos que rechazan y discriminan a las personas homosexuales o en general a los excluidos. Jesús estaría reafirmando la separación entre iglesia y Estado cuando afirmó “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” No entendería porque la iglesia se mete en el Congreso o en el Gobierno para oponerse a leyes más humanas, más cristianas. Los hubiera expulsado de las iglesias, templos y casas de oración como hizo con aquellos que irrespetaron su casa según la Biblia. El mensaje de igualdad se ha perdido. Los discípulos eran casados y predicaban la palabra, porque el catolicismo se niega, como si lo hacen los protestantes o anglicanos, a permitir el matrimonio de los presbíteros. Y por último, nos han mostrado a un Jesús de 33 años, no casado, que para esa época era extraño, por su avanzada edad. ¿Será que tenía su maña o por el contrario esposa? Solo la historia objetiva nos lo señalará.

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