La patria que soñó Bolívar. Por Heriberto Carrera Valencia

Uno de los más importantes hombres públicos del siglo XX, el doctor  Abel Carbonell Baena, oriundo de Barranquilla y una de las cumbres intelectuales del país, gran maestro en la  cátedra bolivariana que orientó en la Universidad del Atlántico, hizo el siguiente análisis: ”Si el genio de la raza hubiese respondido a los anhelos inmarcesibles del Padre de la Patria, las naciones bolivarianas no registrarían en sus anales tantos episodios de luchas fratricidas. Somos, por desgracia, más dados a exaltar las causas que nos dividen que las que debieran aglutinarnos; más listos a cavar fosas que a tender puentes de mutua benevolencia. Y es lo cierto que las discrepancias nos amargan tanto la vida y nos separan tan profundamente, porque olvidamos que cada uno de nosotros tiene un deber que cumplir, y que no puede cumplirlo sin el concurso de los demás: hacer Patria”. Bolívar quiso que Colombia fuera un Estado fuerte, independiente, respetado y libre con el esfuerzo unificado de todos sus hijos, pero el egoísmo, la falta de visión, las injusticias sociales, las ambiciones, las mutilaciones territoriales, la división de los partidos, las guerras civiles,  la corrupción administrativa, la desorientación en la educación, la enorme brecha entre ricos y pobres, la violencia, el narcotráfico, la delincuencia común, el materialismo y los malos gobiernos han conducido a Colombia hasta el abismo en que se encuentra. Hoy el lenguaje es el del odio y no existe día en que deje de derramarse la sangre de tantos compatriotas; el idioma de la paz parece ajeno a los bandos en contienda; las instituciones se encuentran en crisis y el caos en la economía ha tocado fondo;  ya no somos  el país  que ejercía un importante liderazgo en varios campos internacionales ni merecemos el respeto de antes;  nuestro país está descuadernado y no hay quien le ponga orden. Sólo el genio de Bolívar pudo imaginarse, luchar y comenzar a moldear la patria grande que quiso para esta parte de América, liberándola del yugo español, después de  haberle entregado su  fortuna, su posición y su misma vida  a la noble causa de la independencia y primeros años de la república. Su última proclama fue: “¡Colombianos!  Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

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