Él se encontraba en el centro de la caliente Neiva alrededor de las ocho de la mañana dispuesto a cumplir los quehaceres de un ciudadano medio (pagar algún recibo, encontrarse con un familiar para comprar algo o mandar a arreglar algún accesorio de la cocina que se había dañado por esos días). Mientras estaba en pleno centro se fijó en una abuela dispuesta a lanzarse a la avenida donde carros, motos y zorras se disputaban la delantera. Su instinto llevó al hombre a tomar de la mano a la anciana mientras esta le agradecía constantemente sobándole el brazo de forma maternal. Al mismo tiempo otro ciudadano saludaba la buena acción de este buen samaritano.
Después de cruzar la calle, y sin saber exactamente cómo, el hombre que ayudó a la anciana continúo hablando con ella y con el otro ciudadano que iba cerca de ellos, fue una conversación que se prolongó toda la mañana. Como si hubiese sido un encuentro entre viejos amigos el hombre solidario les contó buena parte de su vida a la mujer y al otro ciudadano. Mencionó algunos bienes que tenía y también les habló sobre unos ahorros que había logrado hacer en los últimos meses. Entre tintos, y de manera aparentemente natural, corría la tertulia. Al final del medio día la anciana, junto al otro ciudadano, le dijeron al hombre que lo esperaban al otro día en un lugar acordado a las diez de la mañana con todas las cosas de valor. Luego se despidieron.
El hombre llegó a su casa alegremente, descansó un poco y después de cenar se quedó dormido recordando la cita que había acordado con las dos personas que había conocido aquel día. A las tres de la mañana lo despertó la ansiedad por cumplir el encuentro, tomó las cosas y su dinero y se dispuso a esperar mientras el reloj marcaba la hora de salir para llegar de manera puntual. En efecto llegó a las diez en punto al sitio y se encontró con la anciana y con el otro ciudadano, les entregó lo que llevaba y mientras dio un giro se dio cuenta que estaba solo. El hombre sintió un mareo y fue consciente de lo ocurrido: Una anciana y su compinche lo habían robado. En ese instante acudió a la policía para poner la respectiva denuncia. Nunca se supo a ciencia cierta que sustancia recibió. Algunos dicen que se trató de un truco de hipnosis.
Esta historia, que parece más bien un cuento de ficción, sucedió en la ciudad de Neiva donde la inseguridad está aumentando de manera grave y las viejas fórmulas para contrarrestarla, como por ejemplo aumentar el pie de fuerza, no están dando resultados. Una adecuada inversión social que genere una vida digna para los ciudadanos más vulnerables podría arrojar mejores resultados.
Mientras tanto, como dice la famosa canción “Pedro Navajas” de Rubén Blades: “cuidao camará que el que no corre vuela”.