La Nación
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La prisión de la paloma

La espera termina este domingo y salvo que algún cataclismo democrático suceda en las horas que nos faltan hasta la irremediable cita con las urnas, los nombres que prevalecerán una vez que los sellos de la Registraduría se rompan y las equis de los tarjetones se escruten serán Santos y Zuluaga. Los escándalos y las acusaciones que alrededor de ellos han brotado son tan vergonzosos, y han demostrado la nefasta fase terminal de los males que padece nuestra política, que por lo visto solo nos quedará resignarnos, guardando la esperanza de que los dioses electorales se apiaden de nosotros. Ambos centraron el debate en su particular forma de ver la paz, pero paradójicamente toda la atención que ésta recibió solo ha servido para instrumentalizarla como otro as bajo la manga.

El oportuno acuerdo sobre narcotráfico, que justo por coincidencia fue firmado en el instante mismo en que Zuluaga superó a Santos en las encuestas, es quizás el ejemplo más deprimente de cómo el anhelo de todo un país es manipulado a los vaivenes de las conveniencias del momento. Este arriesgado movimiento que en teoría debió representar un chute de adrenalina entre los escépticos votantes para apoyar al Presidente solo demostró que por lo visto los señores de la guerra tienen la llave para acabar con tantas décadas de dolientes anónimos, pero que sencillamente no lo quieren hacer al ritmo que las heridas del país lo requieren.

Entonces se abren varias preguntas. Por ejemplo, ¿qué sucedería si Zuluaga vence a Santos en segunda ronda? Muy posiblemente el proceso de paz accionaría los contenedores de nitrógeno y las negociaciones de los dos últimos puntos avanzarían a velocidades cósmicas para tener el acuerdo final listo antes de la posesión en agosto. Ni los negociadores ni la guerrilla querrán echar a perder lo construido hasta ahora dejando todo al azar de los designios de Uribe. Lo más probable es que el entramado institucional para refrendar los cinco puntos de la agenda quedará estructurado y blindado con antelación para que Oscar Iván no pueda entorpecerlo.

¿Y si es Santos el que se lleva la victoria? Aquí la respuesta no es demasiado difícil, pues más o menos se mantendría la dinámica que hasta ahora hemos visto en lo que va de proceso. Los diálogos continuarían a la velocidad que nos tienen acostumbrados, con el cruce intermitente de comunicados que amenazan y amenazan con levantarse. Esto implicaría que la clausura del conflicto vendría a firmarse en aproximadamente en 10 meses, teniendo en cuenta que 5 meses es el promedio que les toma ponerse de acuerdo sobre un tópico.
En ambos casos las elecciones de este año se han convertido en la prisión de la paloma. Una paz incierta que no ve el final del túnel porque hay demasiadas cosas en juego que para los candidatos parecen pesar más que el punto final de nuestra sangrienta historia reciente. Más allá del ganador de esta contienda, lo importante es que por fin se acabará esta agonía mediática y pasará algo, lo que sea, pero algo.