El indignante caso del niño asesinado a manos de su padre en un hotel de Melgar, Tolima, o hechos como el de la mujer que se lanzó desde lo alto de un edificio en el centro de Medellín y le dejó una carta a su hija: “Es lo único que pude hacer”, revive un tema del que poco cuidado se le ha puesto: la salud mental de los colombianos.
Muchos han advertido sobre la preocupante escalada de los males y trastornos mentales, los cuales fueron ‘alimentados’ por el confinamiento y las pérdidas físicas y emocionales que dejaron los primeros meses de la crisis del coronavirus.
Las estadísticas tanto nacionales como regionales y locales muestran un claro deterioro de la salud emocional de las personas: hay una creciente prevalencia de depresión (aproximadamente 5% de la población adulta), siendo la segunda causa de carga de enfermedad en Colombia; en la infancia, el 12,4 % se asusta o se pone nervioso sin razón, el 9,7 % presenta cefaleas frecuentes, el 2,3 % tiene el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad; en los adolescentes los trastornos más frecuentes son la ansiedad, fobia social y depresión, y el 6,6 % presenta ideación suicida (7,4 % en mujeres y 5,7 % en hombres); la tasa de suicidio consumado ha mostrado aumento en los últimos años (4,49 en 2013 a 5,07 en 2017), mayormente en jóvenes, asociado al debilitamiento de las redes de apoyo social, el aumento de problemas y trastornos mentales y consumo de sustancias psicoactivas, y pese a la disminución de la prevalencia de consumo de alcohol (61,65 % en 1996, 61,18 % en 2008, 58,78 % en 2013), esta sigue siendo la sustancia más consumida principalmente en jóvenes (8 de cada 10).
La crisis es evidente. Se requiere hoy más que nunca un ambicioso plan de acciones orientadas a la promoción de la salud mental, la prevención, el tratamiento y la rehabilitación de los problemas y trastornos mentales.