El papel que cumplen los partidos políticos en una democracia es trascendental. Con la organización de éstos y la formulación de sus programas se hace posible, desde la base, el ejercicio real de esa democracia.
Las reformas políticas que hemos introducido en los últimos años se han dirigido a la institucionalización y fortalecimiento de los partidos. Los mini-esquemas electorales no son convenientes, en la medida que le restan representatividad al sistema. De allí la introducción que se hizo de la posibilidad de voto preferente o lista cerrada, entre muchas de las reformas que se han dispuesto para terminar con los partidos de garaje. Además, el partido político debe ser democrático hacia su interior; su funcionamiento debe estar caracterizado porque se permita a sus miembros la participación en los señalamientos de lo que ha de ser el destino del partido y los programas que propondrá a la ciudadanía para ser una opción de poder en el libre juego de competencia con los demás partidos.
La razón de ser de un partido político es ser una alternativa de poder en una democracia; con su forma de ver la vida social, debe formular los programas que quiere implementar en caso de llegar al ejercicio de ese poder tanto en las corporaciones públicas, como en el gobierno ejecutivo.
De esta manera el partido político se convierte en una opción para la gente, para el público en general que puede tenerlo como alternativa. Si sus programas convencen llegará al poder y podrá ejecutarlos e implementarlos.
Si por el ejercicio de la política entendemos el arte de manejar bien los asuntos de la ciudadanía, no puede por tanto concebirse en una democracia un partido político sin vocación de poder; sin el propósito de llegar con sus miembros al ejercicio de ese gobierno ejecutivo y corporativo que permite la democracia.
Por ello algunos ciudadanos hemos observado con perplejidad, que un partido fuerte y tradicional como lo es el conservador, a través de lo manifestado por algunos de sus voceros, haya concebido la idea de apoyar candidatos foráneos al partido, renunciando a la posibilidad de tener candidato propio para la Presidencia de la República. Pareciera que se pretendiera otra forma de hacer política, perpetuarse en las cuotas de poder que se tienen, pero renunciando a ser la alternativa para gobernar. Es condenar al propio partido a su desaparecimiento.
Es por tanto refrescante escuchar posiciones recientes como la del expresidente Belisario Betancur instando al partido a no renunciar a su esencialidad, a tener su propio candidato. Partido político que no pretenda llegar a gobernar con sus propios miembros, pierde su única razón de ser.
*Ex presidente Corte Suprema de Justicia