Después de 38 años del crimen del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, el expediente agoniza en las fosas comunes de la prescripción y su memoria histórica fenece, lastimosamente, en las criptas del olvido.
RICARDO AREIZA
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Mientras el sacrificado ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla se jugaba la vida contra la mafia, hace 39 años, el presidente Belisario Betancourt negociaba a escondidas un pacto secreto con los capos del Cartel de Medellín. Primero lo hizo a través del procurador General Carlos Jiménez Gómez en septiembre de 1983.
Luego, en medio de la más grave escalada terrorista que haya vivido el país, el gobierno se reunía en privado con los capos del narcotráfico, infiltrados en todos los sectores del país.
En pleno escándalo suscitado por las denuncias del periodista Guillermo Cano, director de El Espectador, el 23 de junio de 1983 el juez Décimo Superior de Medellín solicitó a la Cámara de Representantes el levantamiento de la inmunidad parlamentaria a Pablo Escobar implicado en el crimen de dos agentes secretos en 1977.
Un mes después el 31 julio de 1983 fue asesinado el magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Baquero Borda, quien redactó que redactó el tratado de extradición. El jurista, sobreviviente de la Toma del Palacio de Justicia, fue ultimado por sicarios de la banda ‘Los Priscos’ en el barrio Niza, en el noroccidente de Bogotá.
Lara Bonilla, a los 37 años, asumió el cargo en agosto de 1983 como ministro de Justicia, con el respaldo de Luis Carlos Galán. El joven ministro retomó las banderas contra la mafia y los carteles de la corrupción. Desde esa posición enfrentó la infiltración del narcotráfico en la política y en muchas actividades del país.
Escobar Gaviria perdió la visa de turista a Estados Unidos; fue incluido en la ‘Lista Roja’ de la DEA y fue cobijada por una orden de detención por el doble crimen de dos detectives del DAS. En octubre de 1983 le libraron orden de captura. Pablo Escobar no toleró semejante osadía. La justicia tampoco atendió sus intimidaciones.
El 20 de enero de 1984, producto de esa presión social Escobar anunció su retiro de la política y renunció al movimiento de Renovación Liberal que lo llevó al Congreso con el aval del ex senador Alberto Santofimio. El Nuevo Liberalismo fundado por Luis Carlos Galán y Lara, lo habían expulsado de sus toldas por sus antecedentes criminales.

Duro golpe
El 8 de marzo de 1984, en plena jornada electoral, la Policía colombiana le propinó el más duro golpe al Cartel de Medellín.
Con el respaldo de Lara Bonilla la Policía Nacional desmanteló en las selvas del Yarí (Caquetá) ‘Tranquilandia’ y ‘Villacoca’, los dos complejos más grandes del mundo para la producción de cocaína. Escobar tampoco le perdonó.
Sin embargo, la ofensiva contra Escobar no se detuvo. Lara ordenó el decomiso de centenares de avionetas y propiedades de los capos del narcotráfico y lideró en el Congreso la aprobación del tratado de extradición. Desde entonces Escobar Gaviria lo condenó a muerte.
Magnicidio
Lara Bonilla fue asesinado el 30 de abril de 1984 cuando se dirigía a su residencia en el norte de Bogotá. En medio de un trancón una moto de color rojo se le aproximó hasta el automóvil oficial.
Iván Darío Guizao tomó la ametralladora Ingram y la disparó en medio de la congestión vehicular que se registraba en la calle 127, cerca de la avenida Boyacá.
Siete proyectiles hicieron blanco. El chaleco antibalas, asignado a La Bonilla quedó a un lado de la silla trasera, sin usar.
El esquema de seguridad ultimó al sicario. El conductor de la moto, Byron de Jesús Velásquez, resultó herido. La moto le cayó encima y fue capturado. Tenía 18 años.
El sicario fue condenado a 16 años de cárcel, pero sólo pagó 10 años y 11 meses en varias prisiones. La última fue en la cárcel de El Barne, que abandonó por rebaja de pena, el 28 de marzo de 1995.
Según otra versión, no concluyente, el crimen habría sido ejecutado por sus propios guardaespaldas, con la complicidad de otros sectores, incluidos los organismos de seguridad del Estado.
Horas después del atentado, el jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, ordenó la retirada hacia Panamá con la complicidad del presidente Manuel Antonio Noriega.
Al día siguiente los hangares del aeropuerto Olaya Herrera quedaron desocupados. Todos volaron en sus aviones privados hacia el vecino país. Unos aterrizaron en el viejo aeropuerto de Paitilla. Otros, entre ellos Pablo Escobar, llegaron al aeropuerto Omar Torrijos.
Cumbre secreta
El viernes 4 de mayo de1984 mientras en Neiva se realizaba el sepelio de Lara Bonilla, el expresidente Alfonso López Michelsen, se reunía en una elegante suite del exclusivo Hotel Marriot en Panamá, con los capos del Cartel de Medellín atendiendo una petición del jefe del Estado.
López estaba en Panamá como observador de las elecciones que ganó Nicolás Ardito Barletta. Estaba en compañía del ex ministro huilense Felio Andrade Manrique, Jaime Castro y Gustavo Balcázar.
La entrevista, según lo relató el ex presidente liberal, había sido gestionada por Santiago Londoño White, autorizada previamente por el presidente Belisario Betancourt. La cita comenzó a las tres de la tarde.
“Entre los presentes se encontraban Pablo Escobar y un miembro de la familia Ochoa, a quienes en ese momento no identifique porque sencilla y llanamente no los conocía”, relató en sus memorias el ex presidente López. También asistieron Carlos Lehder y Gonzalo Rodríguez Gacha ‘El Mejicano’.
La vocería la llevó Pablo Escobar y Jorge Luis Ochoa. La reunión duró una hora.
“Tan pronto como terminé la entrevista con Escobar y los Ochoa llamé a Belisario y le dije sintéticamente: -Lo que están ofreciendo es una capitulación”, escribió López Michelsen en sus memorias.
Después, el 24 de mayo de 1984, el procurador Carlos Jiménez Gómez, fingiendo una misión oficial, voló a Panamá para recibir la propuesta del Cartel. La nueva reunión se realizó en el hotel Soloy en la capital panameña. Como interlocutores asistieron Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, José Antonio Ocampo (‘Pelusa’) y los hermanos Ochoa.
Durante la nueva cumbre secreta los capos ratificaron la oferta que le habían anticipado al ex presidente López Michelsen. Las intenciones fueron consignadas en un documento conocido como ‘Los memorandos de la mafia’, suscrito el 29 de mayo de 1984, un día antes del primer mes de ocurrido el magnicidio que sigue sin castigo, en los viejos anaqueles de la impunidad.
El documento se filtró y el país escandalizado repudió cualquier acercamiento. Colombia horrorizada padeció 623 atentados terroristas que dejaron 402 muertos en las principales ciudades del país y millares de víctimas, que aún claman justicia.
Ahora, 38 años después del magnicidio, el expediente agoniza en las fosas comunes de la prescripción y su memoria histórica fenece, lastimosamente en las criptas del olvido.
Rodrigo Lara Bonilla se jugó la vida contra la mafia, pero su lucha solitaria no logró frenar su frenética carrera que dejó 623 atentados que dejaron alrededor de 402 muertos y 1.710 heridos
“Somos un país de ciegos”- afirmó Lara Bonilla- Y en nuestra ceguera, hemos vendido nuestro país al mejor postor”. Y cuando quiso abrirle los ojos a una sociedad invidente, las balas le apagaron su espléndido coraje.

Tremenda agonía
Dicho y hecho. La emblemática medalla ‘Rodrigo Lara Bonilla’, creada hace 38 años para dignificar su histórica memoria quedó también en el olvido. Como lo habíamos advertido, este año, tampoco se conferirá por descuido.
La canciller de la Orden, Adriana Alarcón, confirmó que se hará en otra fecha. La señora Nancy Restrepo de Lara, residenciada en París, expuso los inconvenientes para viajar. De hecho la contaactaron una semana antes del trágico aniversario.
Aunque suene doloroso, la prestigiosa distinción, nacida en la adversidad de la tragedia, recorre también sin dolientes la triste peregrinación, rumbo al sepulcro.
La presea creada para redignificar a las víctimas del narcotráfico, agoniza sin dolientes en la tumba del olvido. La medalla cayó en desgracia desde el 2011. En esa fecha no se impuso por descuido.
En los dos últimos años, el pretexto fue la pandemia. Este año, la improvisación opacó su imposición. Muy triste. Como el concurso de investigación jurídica, la medalla ‘Rodrigo Lara Bonilla’, cayó en desgracia, como otra pesadilla.