No vayan a creer que estaré haciendo referencia a las niñas quienes con sus armoniosas danzas y cánticos mantienen vivos los ánimos de los jugadores del equipo de fútbol. No. En esta oportunidad me referiré a un hecho en especial que me aconteció la semana posterior a la de nuestras fiestas tradicionales.
Como cualquier calentano, visité la Capital de la República con un pretexto académico. Desde el lugar de residencia hasta el lugar de mi cita en mención, tenía que prácticamente cruzar la ciudad. Entre articulados y buses corrientes, era testigo del colorido panorama y del abanico de circunstancias que hombres y mujeres vivían a diario. En medio de mi evidente ingenuidad, pregunté a un prosélito acerca del sector en el que era común encontrar chicas de ropa ligera, pero de vida áspera. Con una sonrisa a medio dibujar, el fulano me contestó: “Este es el famoso Santa Fe, se lo presento”.
A medio pronunciar, le agradecí por lo que, según él, sería una presentación de extraños. En ese entonces decidí no quedarme con la duda y lanzarme a caminar sus calles laceradas por panfletos y algo de basura; pero que en sus aceras tacones negros y rojos soportaban el peso de una corporeidad expuesta a la picardía insurgente de quienes por unos cuantos pesos, alimentaban el ansia de supervivencia.
Mientras el crepúsculo penetraba vaporosamente la tarde, me apuré a hacerle frente a mi nuevo conocido. La desconfianza me fue invadiendo a la par del frío capitalino. El temor del cobarde es la afirmación del valiente, – pensé-. Al llegar a la primera calle, no fue mucho el impacto que me asaltó. Lo fuerte vendría más adelante.
Mientras caminaba, saludos seductivos y tentadores llovían por doquier. Mis manos dentro de mi abrigo y mi mirada al piso, reflejaban desinterés entre quienes con diminutos vestidos hacían la faena con sus piernas estilizadas. El frío como afiladas cuchillas, se deslizaban por la superficie de sus cuerpos evocando aquellos suspiros dionisíacos que encarcelan al alma en sus más deleites placenteros.
La única arma para que sus cuerpos no queden doblegados al dominio del frío, era un cigarro de ‘ganjah’ del tamaño de un dedo índice. Sería la alucinación el transporte de su mente para que el dolor fuera más llevadero. De entre sus pantis sacaban un pequeño sobre del que pegaban un profundo suspiro enviando al olvido las razones que las llevaron a buscar en una esquina de la calle, lo que no encontraron en el rincón de una casa. No caminé por sus calles para señalar; deambulé por sus laderas para admirarme de estas otras rosas que muchos, quizá rechazan, por no estar en el jardín que desearían. En medio de todas estas flores, me detuve en detallar un capullo de tan sólo 13 años de edad. Vestía una pequeña falda en jean´s, unos tenis sin medias, blusa azul ombliguera con una flor estampada a la altura de su tórax cabello recogido y mirada perdida. Su nombre era Laura, quien ponía al servicio de frívolas proposiciones su infante humanidad, todo por conseguir lo que quería bajo el deseo de lo que otros querían de ella. Continuará…