Por: Froilán Casas Ortiz
El 11 de marzo de 2011 a las 14:46 hora local, a consecuencia de un terrible maremoto, de magnitud 9.0 en escala sismológica, estalló la Central Nuclear ubicada en la ciudad japonesa de Fukushima, dejando un saldo de 20.000 muertos y las enormes pérdidas en infraestructura y las devastadoras consecuencias de afectación al medio ambiente. ¡Qué admirable! Hoy la ciudad y la planta nuclear están totalmente restablecidas. Los japoneses con su ya centenaria capacidad de trabajo lograron superar la terrible tragedia en pocos años. Vean esto, Japón no aceptó la ayuda de ningún país, ellos asumieron como un solo hombre la responsabilidad de la hecatombe y se propusieron con disciplina y trabajo productivo a superar la catástrofe. En nuestra patria y en tantos países de América Latina y del mundo, ante los desastres ocurridos, llegan múltiples ayudas de gobiernos y empresa privada extranjeros y, ¿cuántas mordidas ejecutando apenas un cincuenta o menos por ciento de tales donaciones? Excúsenme decirlo, aunque no lo creo, ¿será que la inmoralidad la llevamos en la sangre? La cultura japonesa es admirable en términos de disciplina, trabajo en equipo y tenacidad en lo que emprende. Japón que fue arrasado por la locura de haber entrado en la conflagración mundial de los cuarenta, se levantó como el mito del Ave fénix, hasta llegar a ser una de las economías más sólidas del mundo. Los países que ganaron la guerra fueron en dos décadas inundados por los productos y la tecnología japonesa, mostrando con hechos los resultados del trabajo productivo y el alto sentido ético en su conducta.
Por aquí, en alguna época, un dirigente político hablaba de “convertir a Colombia en el Japón de Suramérica”. ¡Qué romanticismo! Para llegar a serlo habría que cambiar primero el disco duro de los colombianos. De esperarlo todo de los demás a ser gestores de su propio desarrollo. Hemos sido deformados, por décadas, por una cultura de la dependencia y del resentimiento social, que como dice el libro Santo, habrá que “nacer de nuevo” para iniciar con un colombiano nuevo que sea el constructor de su propio desarrollo. ¡Qué tristeza! Si comparamos a Colombia con el Japón, constatamos que nuestro país está sobrado en recursos naturales y, sin embargo, seguimos siendo pobres. ¡Cuántas plañideras por doquier, viven vociferando, generando odio y lucha de clases! ¡Qué esquema de vida, la culpa no es mía es de los otros! Por favor, mientras usted no se involucre en el problema, usted nunca hará parte de la solución.
Por favor, no le demos volumen y, menos hacerle eco a discursos marcados por la violencia y el odio. Un país no se construye con la dialéctica de los fusiles, las piedras, la quema de establecimientos comerciales y públicos, -que fueron construidos con el dinero que portamos quienes trabajamos de sol a sol y tributamos al fisco-.