Cualquiera que piense estudiar Derecho en Colombia debe saber, de antemano, que tendrá que enfrentarse a una verdadera selva de normas legales, desde la larga Constitución Política, pasar por las casi 20 mil leyes aprobadas desde nuestra era republicana cuando Bolívar y Santander nos dieron la libertad, hundirse en los centenares de miles de decretos nacionales, departamentales y municipales, y perderse entre las millones de resoluciones y normas menores que rigen todos y cada uno de los actos del Estado y de nuestras vidas. Cualquiera que piense estudiar Derecho en Colombia debe saber, de antemano, que tendrá que enfrentarse a una verdadera selva de normas legales, desde la larga Constitución Política, pasar por las casi 20 mil leyes aprobadas desde nuestra era republicana cuando Bolívar y Santander nos dieron la libertad, hundirse en los centenares de miles de decretos nacionales, departamentales y municipales, y perderse entre las millones de resoluciones y normas menores que rigen todos y cada uno de los actos del Estado y de nuestras vidas. Y pese a ese verdadero maremágnum de reglas legales, cada año el Congreso de la República se ve atiborrado de centenares de propuestas de todo tipo, desde las más convenientes, sesudas y necesarias hasta las más disparatadas, inócuas e inútiles. Con el fin de justificar su presencia en el Senado o la Cámara, muchos congresistas echan mano de cuanto tema encuentran en la calle, de sus votantes o de la vida diaria para pretender convertir eso en una ley; y no es sino que aparezca un tema de impacto, de coyuntura o de notoriedad en los medios de comunicación para que un legislador lo convierta en proyecto. Así está ocurriendo ahora con el presidente del Partido Conservador, Efraín Cepeda, a quien en medio de los festejos del fin de año y con el ánimo patriotero subido anuncia que presentará un proyecto de reforma constitucional con el fin de modificar nuestro Escudo Nacional, justificándolo como un homenaje a San Andrés y Providencia a raíz del adverso fallo de la Corte de la Haya. Ni más faltaba que consideráramos menor el tema de la integridad nacional y de lo que representa para el país la soberanía sobre las dos islas y sus islotes, pero otra cosa distinta es convertir un tema de tanta trascendencia en pura cosmética y pretender con ello variar el destino de la historia; las leyes y la Constitución siguen así manoseándose. La propuesta del senador Cepeda tiene la misma trascendencia e inutilidad hoy que aquel viejísimo artículo 696 del Código Civil, desde el siglo XIX vigente aún, que señala que “Las abejas que huyen de la colmena y posan en árbol que no sea del dueño de ésta, vuelven a su libertad natural, y cualquiera puede apoderarse de ellas y de los panales fabricados por ellas… pero al dueño de la colmena no podrá prohibirse que persiga a las abejas fugitivas en tierras que no estén cercadas ni cultivadas”. Y esta inflación normativa no se detiene. Solo en los últimos cinco años, el Congreso expidió 387 leyes y 15 reformas de la Constitución, pese a que ya desde hace un par de años se está proponiendo que, en lugar de expedir más normas, se trabaje en reducirlas, derogar aquellas desuetas, inútiles y fuera de lugar, como se hizo Suecia en los años 70, cuando sus autoridades civiles dedicaron seis meses no a legislar, sino a borrar leyes innecesarias. Y pese a ese verdadero maremágnum de reglas legales, cada año el Congreso de la República se ve atiborrado de centenares de propuestas de todo tipo, desde las más convenientes, sesudas y necesarias hasta las más disparatadas, inócuas e inútiles.