El comentario de Elías El discurso luminoso del cristianismo primitivo triunfó aún en las peores adversidades de su tiempo. Ni Roma ni nadie lo detuvieron. Cristo, su gestor, había proclamado una revolución teológica, social, humana. El hombre natural constituía el centro de la existencia, no el capital. Predicó la igualdad social, no los estratos sociales; la inclusión, no la exclusión económica y política; la trascendencia, no la banalidad y el consumismo. El aliento de cada persona no residía en sus pertenencias sino en la dimensión sagrada de su ser. Una prostituta podría ser tan virtuosa como la hija de un patricio. La soberbia de un Emperador autoproclamado dios no era más que otra locura política. Así, los cristianos primitivos no adoraban al Emperador, ni se sentían esclavos de sus amos, ni ciudadanos de un sistema inhumano. Prefirieron soportar suplicios, pero no condescender con la infamia oficial. Nerón los convirtió en teas humanas para iluminar el circo mayor y los echó a las fieras hambrientas para diversión de la plebe. Pedro fue crucificado con la cabeza hacia abajo según Orígenes. Pablo de Tarso murió decapitado. Toda una legión de mártires testimonia su grandeza durante 280 años, desde Nerón hasta Constantino. Jamás desistieron de su discurso a pesar de tantos mandatarios esquizofrénicos. Sin embargo, se pudrió al contaminarse de política. Cuando Constantino lo oficializó por estrategia militar. Cuando devino Imperio con formato faraónico del antiguo Egipto. Cuando se alió con la aristocracia medieval gestando el conservadurismo de los tiempos modernos. Cuando se sometió al mercado liberal como astucia de sobrevivencia. Se pudrió como se pudre todo lo que toca la política. Hitler pudrió a Nietzsche. Lenin y Stalin hicieron lo propio con Marx. Los Estados Unidos pudrieron la democracia de Whitman, la convirtieron en discurso imperialista, en farsa universal. Por la política, el discurso de la justicia colombiana se metamorfoseó en prebendas al mejor postor; el académico, en confrontaciones menores de partidos políticos por el poder universitario. Todo lo pudre la política. Según Moreno-Durán, pudrió incluso a los narcotraficantes que ya estaban podridos. No puede prescindir de su naturaleza: pudrir para triunfar, dividir para gobernar. El discurso primitivo del cristianismo creció por su naturaleza teológica, social y humana. La política era su antídoto. Contenía la fortaleza espiritual para derribar crueldades de un imperio militar y sobreponerse a un Estado corrupto. Hoy, como entonces, es un loable paradigma. Razón tenía Gandhi al exclamar: ‘No conozco a nadie que haya hecho más por la humanidad que Jesús…’ Pocos testimonios tan reales como esa afirmación. lunpapel@gmail.com