Los caminantes

 

            Luis Fernando Pacheco G.

 

No es posible entender Latinoamérica sin las migraciones que han marcado su historia. Los puertos marítimos y aéreos de este lado del globo han expulsado y recibido personas que huyen de aquí como escapando al infierno o que entran a esta tierra como una esperanza de futuro. Y así como hemos sido emisores y receptores de migrantes, nuestros propios caminos internos han sido recorridos de ida y vuelta por quienes huyen de la guerra o de la pobreza y sueñan con mejores proyectos.

 

El caso colombo-venezolano es el mejor ejemplo: en la década de los 70’s y durante el boom del petróleo muchos compatriotas migraron al vecino país con la esperanza que el esplendor de Venezuela daba a la región. Todos ya sabemos como siguió esa historia: el boom terminó, el sueño de esplendor empezó a resquebrajarse, los partidos políticos que habían exprimido a más no poder la economía venezolana recibieron el desprecio y un outsider con vocación golpista se alzó con la presidencia a finales del siglo pasado, el precio del petróleo cayó y el proyecto bolivariano se convirtió en una dictadura ridícula y grotesca que expulsa a diarios a sus nacionales a toda la región, siendo epicentro de la mayor crisis humanitaria que Latinoamérica recuerde.

 

Y aquí es necesario volver sobre una idea fija: Colombia como primer receptor de esa grave crisis tiene la tarea de poner todo su empeño pedagógico para luchar contra la xenofobia (algo por demás estúpido, si se tiene en cuenta que millones de compatriotas han huido al exilio huyendo del conflicto armado o de la difícil situación económica del país) y entender que las olas migratorias son oportunidades para el desarrollo, el aprendizaje, la tolerancia y el crecimiento social. Es por esto, que los discursos de odio y señalamiento por parte de autoridades como los esgrimidos por la alcaldesa mayor de Bogotá, Claudia López, preocupan profundamente,

 

Sin embargo, la generación de condiciones de vida digna para los migrantes venezolanos jamás puede implicar indiferencia ante el régimen autoritario vecino que los expulsó. Si bien es cierto que la política exterior regional ha sido nefasta en el manejo de la crisis venezolana (el Grupo de Lima, las sesiones improductivas de la OEA, la famosa amenaza de las horas contadas, etc.), la solución nunca podrá ser la indiferencia total de sus pares.

 

Los caminantes buscan una esperanza, algo que históricamente los latinoamericanos han buscado en medio de la región más desigual del planeta tierra y con periodos de violencia creciente. Mientras tanto tenemos el deber de ser radicales con los responsables de la crisis mientras encontramos en nuestra sociedad la capacidad de recibir a sus víctimas.

 

@luisferpacheco

 

 

 

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