La Nación
Los nuevos desechables         1 28 marzo, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Los nuevos desechables        

Jorge Guebely

Preocupa la evolución de los “nadie” como los llama Eduardo Galeano en su versión humana. Los “nada” los llamo yo en mi versión económica. Los que nada tienen o casi nada. Los excluidos, los que no brillan por sus enseres.

Inquieta su evolucion, su posible desaparición después de ocho mil años de revolución agrícola. Revolución que los creó para que cultivaran la tierra; para que los “muchos”, que eran pocos, usufructuaran su trabajo. Para que inauguraran, por lo bajo, el surgimiento de las clases sociales económicas.

Iniciaron su existencia convertidos en mercancías: “Objetos para satisfacer necesidades de sus propietarios” según Marx. Esclavos durante muchos milenios, útiles aparatos humanos del amo. Buldóceres para transportar enormes piedras y construir pirámides, palacios suntuosos y brillar el prestigio de un feroz mandatario. Motores para moler caña en haciendas, mulas de dos patas para transportar aparejos, máquinas de guerra para defender propiedades ajenas.

Evolucionaron a siervos de la gleba, instrumentos para cultivar tierras de aristócratas, de poderosos hacendados, a cambio de supervivencias miserables. Emigraron al estatus de obreros y empleados, subalternos citadinos, esclavizado a través del salario, cosificados por el dinero.

Hoy, en los albores del siglo xxi, la cuarta revolución industrial los reduce a la inoperancia. Los reemplaza por suntuosos artefactos con algoritmos, según Yuval Harari. Deslumbrantes chatarras invaden sus espacios: bellas recepcionistas de silicona atienden lujosos hoteles en el mundo, eficaces docentes de latones reemplazan al de carne y hueso, vehículos autónomos cumplen funciones de taxista, drones entregan mercancías… Los “nada” quedan sin función social, “sin valor de uso”, según Marx. Pronto serán los nuevos desechables de la Historia.

Comercialmente ya no sirven para nada. No sirven para trabajar, los robots laboran mejor, a menor costo, sin conflicto laboral y a mayor productividad. Ideal de todo mercado capitalista. Tampoco sirven como clientes, carecen de dinero para consumir mercancía y acrecentar las riquezas de grandes capitales: financieros e industriales. Socialmente, no tienen otro destino que la caducidad. Pronto, el sistema no los necesitará, se volverán una carga social.

Sobrevivirá el problema de cómo desaparecerlos sin que parezca una política canalla. Nadie se apiadará de ellos si ellos mismos no se apiadan de sí mismo. Ninguna solidaridad existe en el mercado capitalista. No hemos afinado humanamente la consciencia, nos supera la egolatría. Estamos anclados en la mezquindad de la acumulación, amantes obsesivos de la cantidad. Estamos distantes de la bíblica tierra prometida, del súper hombre nietzscheano, del espíritu comunista marxista. Estamos muy lejos del ser humano, aún nos transporta la bestia.