En diciembre de 1994 Francia estaba en antesala de elecciones. El candidato más opcionado para ganar la Presidencia de la República era Jacques Delors, quien acababa de entregar, precedido de toda clase de éxitos, la Presidencia de la Comisión Europea, el cargo más importante de dicho continente, desde donde se conducían los destinos del mercado más rico del mundo, cercano para esa época a 400 millones de individuos pudientes. Delors, líder de izquierda, cautivaba a los franceses a pesar del desgaste político que le acarreaba al socialismo francés más de diez años de François Mitterand en el poder. Y no era para menos, había desempeñado el cargo como un gestor eficaz y un político entusiasta, impulsando con su talante negociador y realista la causa de la unidad europea. Pero con todo y su prestigio no dejó que ilusiones alrededor suyo florecieran en el corazón de sus conciudadanos. Se presentó por televisión y les pidió que no contaran con él para el cargo. La razón era trascendente, llena de responsabilidad política y patriotismo. Delors les dijo a los franceses: “Creo que mi país tiene necesidad de profundas reformas para renovar la democracia, fortalecer la participación de los ciudadanos, luchar contra la desocupación y la marginalidad, asegurar la cohesión de nuestra Nación sin olvidar el carácter vital para Francia de continuar siendo la inspiradora de una Europa políticamente fuerte y generosa”. Acto seguido, refiriéndose a si aceptaba o no ser candidato a la Presidencia, manifestó: “Mi problema era si saber, si en caso de ser elegido, tendría la posibilidad y los medios políticos para llevar a buen puerto estas reformas indispensables. Después de haber reflexionado y haberme hecho la pregunta con profundidad, he llegado a la conclusión de que la ausencia de una mayoría en el Parlamento para sostener esta política, cualesquiera que fuesen las medidas que adopte después de las elecciones, no me permitiría aplicar mis soluciones. Lo digo francamente: no podría, después de electo, cohabitar con un gobierno que no comparte mis orientaciones. Tendría la impresión de haberles mentido a los franceses habiéndoles prometido un proyecto que no podía ser puesto en práctica. No quiero engañarlos. La desilusión de mañana sería peor que el desconcierto de hoy”. En otras palabras, al personaje más querido por los franceses en esa época no le interesó sólo ser Presidente. Admirable posición. Quería saber si podría gobernar para hacer realidad sus ideas a favor de su Nación. El propósito no sólo fue triunfar ni tampoco apenas gobernar, sino trascender más allá de la ambición. Twitter: @sergioyounes