La Nación
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Mi voto por Santos

 Mi voto será por Juan Manuel Santos. En los próximos cuatro años se juega la posibilidad de que Colombia alcance la esquiva paz con Santos o que pierda esa oportunidad, acaso irrepetible, con Zuluaga. Esa sola disyuntiva amerita acompañar con entusiasmo en su reelección al actual mandatario.

Tal disyuntiva no es hipotética, es real: basta leer con cuidado las declaraciones recientes de Oscar Iván Zuluaga, y por supuesto, las de Álvaro Uribe, sobre el proceso de paz en curso, para comprender que lo que proponen hará volar en mil pedazos algo en lo cual le va la vida a Colombia: la oportunidad de alcanzar la paz.

Nunca habíamos llegado tan lejos en la negociación de un proceso de paz como ahora. Habiendo concluido el tercer punto de la agenda de la Habana, con el tema de los cultivos ilícitos, se completan tres quintas partes de temario acordado. Esa ocasión no volverá a repetirse.

 Quien lea con honestidad intelectual todo lo que se ha venido negociando en la Habana, verá que nada de lo allí acordado contraría la Constitución y la ley de Colombia. Nada será llevado a la práctica si previamente no se ha ratificado por la ciudadanía. Y nada se ha negociado bajo la mesa, subrepticiamente, como con irresponsabilidad pasmosa opinan Zuluaga y quienes lo acompañan en esta tarea innoble de deslegitimar lo que se ha venido haciendo en pro de la paz.

Acompañé al Presidente Santo durante los primeros tres años de su gobierno desde el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural. Puedo dar testimonio de su compromiso con políticas agrarias de avanzada y modernas, como quizás nunca se habían puesto en práctica en Colombia. Pero al mismo tiempo, adelantadas de manera respetuosa con los derechos adquiridos y respetuosas de la propiedad privada de quienes tienen sus tierras bien habidas, que son la inmensa mayoría de los empresarios del campo de Colombia.

Los enemigos de la paz están vociferando por estos días, irresponsable y mentirosamente, que un nuevo gobierno de Santos les va a quitar las tierras, que los va a atropellar, y que dará al traste con el Estado de Derecho.
El mejor testimonio de que ello no es ni será así lo brinda la evidencia de lo que se ha hecho durante estos primeros cuatro años: políticas modernas y de avanzada para el mundo agrario (restitución de tierras, formalización masiva de la propiedad agraria, nueva visión del desarrollo rural que rompen con intereses egoístas), pero todo adelantado de manera respetuosa con la legalidad y el estado de derecho.

 Siempre se ha dicho que el conflicto de nuestro país hunde sus raíces en el problema de la tierra: en su mala distribución, en su baja productividad, en los baches abismales que separan la calidad de vida de quienes viven en los ámbitos rurales y en los urbanos.

 Santos ha comprendido muy bien esto, y ha sentado las bases para corregir esta malformación. Corrección indispensable para aclimatar la paz en nuestro país, concluyan o no exitosamente las negociaciones con las Farc.

 Esa posibilidad, la de una paz que pasa por condiciones de mayor justicia social para con el campo, en un compromiso profundo de Santos. No le neguemos a él, pero sobre todo a Colombia, la esperanza de que esa paz se afiance y florezca con un nuevo mandato suyo.