No pretendan matar un ruiseñor

Se trata de un fenómeno inocultable; insoslayable, el ascenso del pacto histórico, la consolidación electoral del voto protesta fue inatajable. El prominente ganador de las pasadas elecciones fue la arrolladora acogida por parte de los colombianos del pacto histórico, su voto inconforme que rebasó por primera vez el ámbito estructural e institucional de los partidos de izquierda. No hubo manipulación de masas, no hubo mayor propaganda, sin proponérselo los colombianos expresaron su rabia en el corazón; se develó el verdadero sentir y la avalancha social de protesta, ahora ante las urnas. No fue una puesta de acuerdo aparente entre los colombianos, no se trató de un fenómeno de moda, no fue una expresión superficial, se trató de una manifestación de insatisfacción generalizada, rabiosa y latente. Fue la expresión de la espontaneidad popular en respuesta a una herencia de decepciones. Quedó explicito el cuestionamiento que logró forjar la existencia trágica de la vida entre la pandemia y la protesta social: ¿En manos de quien estaba el destino de los colombianos? ¿Con quién habíamos firmado el contrato social? ¿A quiénes habíamos escogido para que nos gobernaran todos estos años?

Ya dirá la revista Semana, ya lo referirán las facciones desconectadas de la verdadera realidad social y de sus manifestaciones y latencias: “Petro el gran perdedor”, Petro igualado y en el mismo lugar en el partidor con Fico Gutiérrez. Ya vendrán las tácticas destructivas, las estrategias manipulativas mal dicientes y mal querientes, ya vendrán las mentiras que a fuerza de ser repetidas se quieren enseñorear como verdades. Ya se nos enrostrará la Colombia “puta de babilonia” que mata a sus profetas, sus facciones que se toman a sangre y fuego los privilegios de los que se siguen apropiando, a los cuales no quieren renunciar.

Ojalá la reacción de los hasta ahora detentores del poder no sea la violencia, la propaganda negra, las manifestaciones de justificación de la desigualdad y la injusticia social. Ojalá no quieran a sangre y fuego recuperar con descaro y desparpajo la opinión favorable que se les derrumbó gracias a la mayor conciencia social. Ya vendrán los sicarios morales, los asesinos a sueldo ofreciendo sus servicios, las reuniones secretas de los truhanes para detener la avalancha – castigo a quienes se les dio la oportunidad de gobernador con decencia y no lo han hecho. Ojalá recojan sus instrumentos satánicos de la corrupción y de mal gobierno y se retiren a los cuarteles de la ignominia, ojalá cumplieran su promesa de autoexiliarse por vergüenza y por rechazo de los colombianos que recuperaron conciencia. Pero sobre todo si ven inatajable a Gustavo Petro con un posible gobierno alternativo, no pretendan inmiscuir tácticas mafiosas de compra desesperada de conciencias en un país sumido en la mayor de sus crisis económicas y sociales. Piensen que, si de decisión final se trata, hoy no se soportaría el destino final impuesto a Uribe Uribe, a Jorge Eliecer Gaitán, a Luis Carlos Galán, a Álvaro Gómez. No pretendan matar al profeta, no pretendan matar un ruiseñor.

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