El veneno de una serpiente que mordió a María Beatriz Ledesma una tarde del mes de junio de 1992 en una zona selvática del departamento del Putumayo, habría sido el causante de que siete meses después Ángel naciera sin brazos y piernas, según el relato de Joaquín Antonio, su padre.
No se trata de un cuento surgido del realismo mágico de ‘Cien años de soledad’, ni de la imaginación fantasiosa de un inventor de historias trágicas, sino de la vida real de este joven de 21 años de edad, quien junto con su padre recorre el país implorando la caridad pública para poder sobrevivir.
Ángel Corrales Ledesma nació el 30 de enero de 1992 en la vereda Aguazul, del municipio putumayense de Puerto Guzmán, donde por sus condiciones físicas especiales se convirtió en la admiración de los habitantes del caserío, quienes daban ánimos a los padres para seguir adelante a pesar de la pobreza que caracteriza la gente de esas regiones azotadas por la violencia, generada por la guerrilla y el narcotráfico.
Al principio todo era normal, pues a pesar de las dificultades, lidiar con un bebé sin brazos y piernas era una tarea que fácilmente podría hacer Beatriz sin ayuda de nadie. Pero cuando fue creciendo los problemas aumentaron con él, fue entonces cuando su padre decidió dejar sus labores en el campo para empezar a cuidarlo las 24 horas.
El recrudecimiento de la violencia y las fumigaciones a los cultivos ilícitos en la región donde vivían, obligó a la familia a abandonar el Putumayo y refugiarse en el asentamiento El Girasol en Florencia (Caquetá), donde permanecen desde entonces en medio de precarias condiciones.
Joaquín Antonio Corrales se ha convertido en las manos y pies de su hijo para ir de pueblo en pueblo solicitando entre las personas buenas una limosna, que les permita comer y compartir con María Beatriz y sus otros tres hijos, quienes diariamente esperan noticias suyas en la invasión ubicada en el sector de Piedrahita de la capital caqueteña.
“Desde los 13 años en adelante me ha tocado lidiarlo a mí, pues para la mamá es muy difícil cargarlo y asearlo”, dice Joaquín Antonio.
Todo un campeón
A pesar de sus condiciones especiales, Ángel es todo un campeón, pues sin saber cómo, aprendió a nadar en los caudalosos ríos del Putumayo y Caquetá, por lo que uno de sus pasatiempos preferidos es estar en el agua, siempre bajo la mirada atenta de su progenitor.
Inclusive ha participado en competencias para discapacitados en natación en Florencia, donde se ha coronado ganador. “Allá participó y ganó, pero al final no le dieron sino una medallita”, dice su padre.
Continuo peregrinar
Ayer llegaron a Pitalito y pernoctaron una noche antes de viajar a Popayán, donde acudirán a la bondad de los habitantes de la ‘Ciudad Blanca’, para poder mandarle a María Beatriz algo con qué sobrellevar la pobreza.
Ángel no tiene mayores pretensiones, se distrae viendo pasar la gente, habla poco y sonríe permanentemente, especialmente a aquellos que lo ven con compasión, como para decirles que a pesar de todo él es feliz. Sólo anhela una cosa que para la mayoría de los colombianos es elemental, pero que para una familia como la suya es un elemento suntuoso. Un televisor plasma.
“Lo único que me pide es un televisor. Se entretiene mucho viendo televisión, pero para nosotros eso está fuera de alcance”, asegura su padre.