Más allá de las respectivas apreciaciones teológicas de cada uno de nosotros, Más allá de las respectivas apreciaciones teológicas de cada uno de nosotros, o su inexistencia, la noche de este 24 de diciembre y su carácter festivo debe concitarnos a una masiva rogativa por la paz y la concordia nacional, ausente del país desde hace por lo menos medio siglo, con esporádicos períodos y remansos de armonía que nos han dejado quizá más frustrados que esperanzados. La llegada del Niño Dios hecho Jesús para los católicos, en una Nación de mayoría de esa corriente cristiana, es la excusa para que todos abracemos las bienaventuranzas que nos pueda deparar el nuevo año, con especial énfasis en la resolución a fondo del conflicto interno, adobado ya de tantos actores armados violentos que cada vez puede sonar más a ilusión que a real perspectiva esa definición pacífica de nuestras hondas diferencias. Pero no hay otro camino distinto al de plantar cara a las dificultades, a las espinas de cada recodo y al apego a nuestra misma capacidad de recuperación para intentar salir, de una vez por todas, de este embrollo convertido casi en arena movediza. Llegar a un acuerdo de reconciliación con los grupos alzados en armas, a la vez que se contengan los demás factores criminales ya convertidos en verdaderas bandas del asalto, la extorsión y el manejo organizado de las redes de narcotráfico, contrabando y expolio de riquezas mineras, es una tarea del más alto nivel de complejidad que requerirá esfuerzos de este y de por lo menos dos de los siguientes gobiernos, por lo cual no nos resta sino apostarle a que estos esfuerzos de ahora tengan éxito pronto y eficaz, pero para ello será necesario el concurso aunado de todo un país. Y qué mejor ocasión para plantearlo como principal oración de Nochebuena que la de hoy. Ahora bien, la fecha navideña con todo su fervor, luz, fiesta, unión y derroche de mercantilismo, se convierte fácilmente en espejismo de felicidad transitoria anexo al fin de año, del cual nos despertamos con la resaca malhumorada en los primeros días de enero, sin siquiera querer recordar el entorno de jolgorio en el que estuvimos pocos días atrás. De allí que bien vale el llamado a moderar el ánimo, a sopesar el nivel de entrega estos días para que no se pierda el punto de mira de los retos que nos esperan el año venidero y del carácter eminentemente familiar que debe tener esta fecha de nacimiento del Mesías. Y que los deseos de paz y reconciliación que abracemos hoy, junto con la mirada ingenua y feliz de nuestros niños descubriendo sus juguetes esperados, se mantengan alrededor de estos nobles propósitos. Quienes le apuestan a lo contrario, es decir a mantener el statu quo de la guerra intestina, del multimillonario negocio de las armas, de la injusta y crónica distribución inequitativa de la tierra, de la enorme diferencia de ingresos entre los más pobres y más ricos, de la corrupción que campea alrededor del conflicto mismo, con toda seguridad – estos ogros – no lograrán opacar la luz de esta Nochebuena de paz. Felicidades para todos. “Que los deseos de paz y reconciliación que abracemos hoy, junto con la mirada ingenua y feliz de nuestros niños descubriendo sus juguetes esperados, se mantengan alrededor de estos nobles propósitos.”