‘Nunca tuve alma de suplente’: Plazas Alcid

El ex ministro Guillermo Plazas Alcid, quien cumple 76 años de meritoria existencia, recibe hoy un reconocimiento regional por los aportes al desarrollo del país y los grandes servicios prestados al Huila. El ex ministro Guillermo Plazas Alcid, quien cumple 76 años de meritoria existencia, recibe hoy un reconocimiento regional por los aportes al desarrollo del país y los grandes servicios prestados al Huila. LA NACIÓN se suma al homenaje que le tributará la Asamblea Departamental. SUSANA VARGAS CARRERA ESPECIAL, LA NACIÓN Cuando conocí al doctor Guillermo Plazas Alcid se estaba recuperando de la pérdida transitoria del poder político.  Su ausencia voluntaria del país, al aceptarle al presidente Julio César Turbay el cargo de Embajador en la Unión Soviética, por entonces la segunda potencia mundial, había dado ventaja a los “alfiles” que se quedaron moviéndose en el ajedrez local y regional.  Finalizaba la década de los ochenta y se proyectaban algunos cambios definitivos en la estructura del ejecutivo en Colombia, tales como la descentralización administrativa y la primera elección popular de alcaldes. Plazas, quien vivía de Bogotá a Neiva y viceversa, había vuelto a obtener curul en el Senado mediante la alianza histórica con la Unión Patriótica, única ocasión en la que le tocó apartarse del oficialismo liberal para poder cumplir con sus aspiraciones electorales.  Al tiempo rescataba un propósito que durante años albergó, convertir el periódico El Debate, que le había cedido tiempo atrás su fundador Tulio Rubiano, en el diario liberal de los huilenses;  cuando sólo existía un diario de  filosofía conservadora.  Esa pretensión de Plazas contribuyó a cambiar el rumbo de mi vida, al convertirme en la editora del entonces semanario. Desde esa época hemos mantenido una amistad, nutrida básicamente por un interés común, el periodismo.  Hoy, fecha en que Guillermo Plazas Alcid es objeto de un reconocimiento por parte de neivanos y huilenses, coincidiendo con su cumpleaños numero 76, ha concedido el presente reportaje en el que hace declaraciones que dejan ver su talante de hombre seguro de sí mismo, sin complejos ni rencores y con una actitud siempre optimista y triunfadora;  la misma que lo ubicó durante más de 30 años en el primer lugar de la lista liberal, sin ser suplente de nadie. -Lo catalogan como el “más ilustre de los huilenses vivos del Siglo XX” ¿se siente así? Como dice Tomás de Kempis, “no eres más porque te alaben ni menos porque te vituperen”.  Me siento una persona de la base popular a quien Dios y la familia le dieron la oportunidad de poder estudiar;  soy el que soy pero hubiera podido ser un peón o un guerrillero… en fin, la opción me la dio la educación que recibí. -¿De niño cómo pensaba que podía ser su vida futura? La etapa de mi vida en el campo con mis abuelos maternos, tíos y tías, era la de un niño campesino, que estudiaba en la escuela rural Los Laureles de Baraya, al lado de mi hermano Alfredo;  eran 15 días de turno para el uno y 15 para el otro, pero como él era el mayor le tocó con el género masculino y a mi me dejaron con las niñas, vea usted que fui afortunado desde entonces. La finca quedaba lejos del pueblo, por lo que me tocó hacer muchos viajes de ida y vuelta a píe y de pata al suelo, pues no usábamos zapatos y el caballo era para los mayores o los pudientes.  Me vinieron a poner por primera vez zapatos el día de la primera comunión, a los 8 años.  Esa postura fue una verdadera lidia para mi mamá por el esfuerzo que hizo en calzármelos y para mí en aprender a usarlos.  De ese día recuerdo especialmente un desayuno espléndido, a cargo de la directora de la escuela de Baraya, doña Helena Lara de Cuéllar, una importante educadora que después fundaría el Jardín Montessori en Neiva. Fuimos personas sin recursos, sin plata pero mi niñez fue sosegada, tranquila, no tengo sino recuerdos positivos.  Tocaba ordeñar, arriar las vacas, llevar la comida a los trabajadores;  eran labores que no me seducían pero era mí realidad y siempre he tenido la fortuna de adecuarme a las circunstancias que me toque vivir. -¿Cómo, entonces, termina siendo un hombre cultivado intelectualmente? La persona que incidió de manera definitiva en ello fue mi mamá, una campesina que como todas las madres era sabia y bondadosa.  Luego de terminar la primaria en la escuela Ricardo Borrero Álvarez de Neiva, inicio el bachillerato en el colegio Santa Librada.  Pero yo reclamaba el sin sentido de estudiar sin recursos, ya que no habría posibilidades de ingresar a la universidad;  ahí fue cuando mi mamá insistió en la necesidad de que debía continuar con el estudio y siempre confiaba en que “Dios proveerá” y así fue, pues en el momento oportuno se dieron las circunstancias del reencuentro con mi padre, Alfredo Alcid Aljure, que por ese entonces vivía en Popayán.  Terminado el bachillerato, estudié al lado de él y por cuenta de él. -¿Cuál fue el momento en el que se vio como líder? Nunca pensé en ser líder o no, simplemente actué.  Ahí no había razonamientos ni mayores análisis, pues siempre que debía hacer algo lo intentaba y unas veces resultó, otras no.  No me ponía a pensar si tenía las condiciones o no, si hacía bien o no, si me aceptaban o me rechazaban;  actué según criterio propio, en el momento y en el lugar indicado. -¿Cuándo y porqué empezó a profesar las ideas liberales? Mi madre, cuando nos trasladamos de la finca a Baraya, tuvo que ponerse a trabajar para sostenernos y se colocó en una sastrería de un garzoneño liberal llamado Serafín Díaz.  Fue justamente a él al que empecé a oír hablar del partido liberal;  creo que yo fui liberal antes de saber que era eso.  Fue así de simple.  Hoy ya con los años y después del estudio y la experiencia tengo explicaciones, antes no. El primer hecho político que recuerdo fue la trasmisión de los resultados electorales para la Presidencia de la República, en 1946;  el partido estaba dividido entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán y eran minoría relativa frente a la fuerza conservadora que resultó triunfadora con Mariano Ospina Pérez.  En la plaza principal del pueblo había un señor llamado Arturo Campos, que tenía tienda y un radio que colgaba de la puerta.  La gente se apostó alrededor para escuchar y según los resultados aplaudían o renegaban.  Para mí, un muchacho de 10 años, resultó emocionante la jornada. Fui activista político desde la universidad.  Defendiendo la causa del estudiante, me convertí en líder.  Presidí los comandos juveniles del Cauca y cuando salí, egresado de la facultad de Derecho de la Universidad del Cauca, era ya miembro de la Dirección Liberal que presidía Víctor Mosquera Cháux y había conocido al que se convertiría en mi jefe político hasta el momento de su fallecimiento, Julio César Turbay.  Fui monógamo en este campo, siempre en la línea del oficialismo liberal, nunca perdí contienda regional.  Ejercí liderazgo juvenil en el Cauca y en el Huila;  todo lo que captaba allá lo aplicaba aquí. -¿Quién lo incursiona en la política? Debo decirle que a mí no me metió nadie.  Solito me fui metiendo como pescador en el agua;  donde hubiera reuniones y discursos estaba yo.  Nunca le pedí permiso a nadie, yo actuaba.  Nadie puede decir “yo hice a Plazas” y lo digo sin ostentación alguna.  Trabajé con el pueblo y nunca me falló. -¿Cómo heredó el trono de Alberto Galindo en el oficialismo liberal? No puedo decir que lo reemplacé porque eso era imposible, lo sucedí.  Galindo, un hombre experimentado, destacado, valioso, mayor que yo por lo menos 30 años, era el jefe y todos le obedecíamos pero en un momento determinado se enfermó y murió.  Los otros que tenían algún ascendiente, José Domingo Liévano y Julio Bahamón, eran contemporáneos de Galindo, ya mayores y en declive.  Como yo era el que enfrentaba las situaciones, las batallas políticas, especialmente las libradas con el brillante equipo de la disidencia del M.R.L., pues casi que por sustracción de materia terminé siendo el jefe.  Pero fui fiel a Galindo hasta el fin de sus días. -¿Es cierto que usted con un guiño ponía y quitaba gobernadores del Huila? Tuve la capacidad política de influir en la designación de algunos gobernadores, pero esa capacidad no la tuve para hacerme elegir yo. ¿Se sintió más cómodo ocupando curul en las corporaciones públicas, producto de la contienda electoral o en cargos por designación? Son escenarios diferentes con sus ventajas y desventajas.  Para mí después de haber aprendido el alfabeto, el haber estado en la Unión Soviética, además en dos momentos diferentes, fue supremamente ilustrativo.  La primera vez, nombrado por el presidente Turbay y la segunda, después de haber sido ministro de Justicia del gobierno Barco Vargas, constituyeron experiencias únicas porque se vivían atmósferas completamente diferentes.  Me fue personalmente bien en las dos circunstancias pero, obviamente por formación y convicción, me incliné más por la restauración democrática iniciada por Gorbachov, frente al otro régimen rígido.  Siento profunda admiración por Rusia. -Siempre se especuló sobre el hecho de que el presidente Turbay lo hubiera nombrado en esa embajada, con el fin de darle la oportunidad política al sobrino Jorge Eduardo Géchem.  ¿Qué piensa hoy de eso? No dudé en ese entonces el aceptar la designación que me hacía el presidente Turbay y no me arrepiento de manera alguna.  Mucha gente dijo eso pero yo no lo creí así.  Vivía un momento estelar en la política, era presidente del Congreso y como tal posesioné al presidente, organicé una convención liberal en la que el partido salió fortalecido y se dieron una serie de circunstancias que enriquecieron mi imagen, entonces mi designación constituía para los soviéticos una buena carta.  Era un tipo de pueblo, con reconocimiento y sin ningún sectarismo, nunca creí en que fuera por sacarme del tinglado político;  tan es así que, cumpliendo con mi rol de embajador, recibí llamada telefónica de Diana Turbay para decirme que me aconsejaba que regresara y no le preguntara razones.  El fue leal conmigo y yo también lo fui, desde el día que lo conocí en Popayán hasta el día de sus funerales. -¿Cómo hizo para recuperar el liderazgo a su regreso? Hice lo que tenía que hacer, no le di mayor trascendencia a eso que se había planteado, cuando me tocó reaccionar que fue en el año 1986, hice alianza con la Unión Patriótica y les gané.  Punto. -¿Se siente merecedor del homenaje que le brindan hoy? El homenaje como se ha estructurado me abruma porque soy del criterio de que todas las cosas deben tener mesura y porque soy consciente de lo que  represento y merezco.  Estoy inmensamente agradecido con quienes han promovido el acto pero reconozco en mis actuales circunstancias y, de qué manera, que así como no tengo pasivos, tampoco grandes activos.

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