«Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.» (Lucas 22,14-23,56)
Semana Santa
«Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.» (Lucas 22,14-23,56)
La Semana Santa reproduce el sentimiento de abandono de Jesús en la cruz, pero también la experiencia de abandono de cada hombre. Jesús experimentó el abandono de quienes estaban cerca de Él durante su ministerio público. He aquí que el abandono se orienta también al mismo hombre y hacia él se dirige con renovado odio este grito de “¡Crucifícale!”, proferido por personas o turbas que quieren vivir lejos de su Creador. Y así con frecuencia comprobamos que crucifican a sus hermanos aquellos funcionarios y jueces inicuos que deciden o aprueban, interpretando la ley según sus intereses, la muerte de los niños no nacidos porque no son capaces de soportar –como Pilato- las presiones de las ideologías en curso. Crucifican a sus hermanos los que manejan los resortes de la economía a su antojo y, para quienes el hombre no es más que un eslabón que sirve si se incrementan las ganancias, y que muchas veces se ven privados por la mezquindad de los poderosos de lo que provee a su dignidad. Crucifican al prójimo los que trafican con la droga, el sexo o la violencia, pensando sólo en el propio enriquecimiento o placer. Crucificamos a quienes nos han sido confiados, o nos constituimos en piedra de tropiezo de los que tienen fe, cuando como sacerdotes o guías religiosos, no vivimos el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor, e impedimos a otros encontrar y seguir el camino de la santidad evangélica. Crucifican a los ciudadanos sumiéndolos en la pobreza, los gobernantes que con la mala administración, el despilfarro o el favoritismo, dilapidan los dineros públicos. Los crucificados por la falta de vivienda digna, por carecer de trabajo o desatendidos en su salud, van incrementándose día a día. Los crucificados por la sociedad porque están enfermos, son débiles o son estimados inútiles por una humanidad de la opulencia, son descartados cada vez con mayor rapidez por una mentalidad que huye del dolor. Cristo sigue siendo injustamente condenado, cuando con testigos falsos, pruebas fabricadas y odio visceral se aplica una justicia sesgada por la imparcialidad y la ideología de la venganza. Y así podríamos seguir con esta dolorosa letanía que señala desde el tiempo del crucificado hasta nuestros días la permanente vigencia del sentimiento de abandono de un Dios que nos ha dicho siempre que está con nosotros. La Pasión de nuestro Señor Jesucristo nos ayuda a tener siempre la esperanza que la gracia de la cruz es tan grande y eficaz que es capaz de cambiar los corazones más endurecidos. El abandono y la crucifixión soportada por cada hombre en este mundo, como lo sufriera Cristo, no resultan inútiles. Al levantar los ramos de olivos hoy, aclamamos a Cristo como rey y Señor nuestro, comprometiéndonos a mantener viva a lo largo del año esta aclamación. No perdamos la esperanza y seguridad que nos viene del Salvador que está presente siempre en nuestras vidas. Recorramos durante esta semana el camino de la Cruz, con Jesús, experimentando lo que Él vivió, para encontrar en su resurrección la meta de esta senda liberadora del dolor y la soledad. Sugerencias al e mail elciast@hotmail.com