Peligrosa superioridad. Por Jorge Guebely

El comentario de Elías

El desbarajuste social y humano nos surge de ver el mundo sin destellos sagrados. El río sólo es fuente de energía para el mercado; la tierra, una extensión de poder y comercio, y las montañas, un reservorio de minerales y progreso. Lugones percibía en el mar “la divina calma” que invitaba a peregrinar. Ese mismo mar hoy es espacio turístico para llenar hoteles de cinco estrellas. Nos empequeñecimos buscando utilidad. Tenemos ojos sólo para ver mercancías. Incluso al ser humano lo cotizamos como el carbón, el oro y el automóvil. Nunca habíamos descendido tan orgullosamente bajo. Portamos el estatus de fabricado, maldición bíblica, expulsión del reino natural. Nos dedicamos a brillar más en el truco y prescindir del original. Ser atractivo únicamente en el esplendor económico, no en el Ser. Nada escapa a la depredación de la moral capitalista, la enfermedad horada la tierra entera. Nombro la historia de un amigo que volvió a sus territorios de infancia, en compañía del primer anciano del pueblo, a la bella quebrada de aguas cristalinas donde sus mayores lavaban ropas, y sólo encontró gente extraña buscando oro. El anciano desovilló sus recuerdos con ojos húmedos: “El Mohán salía del fondo del río y se sentaba en aquella piedra”. Después de tres acotaciones similares, concluyó: “Ya nadie mira los dioses ocultos en el agua, ahora sólo interesa el oro, esa riqueza tan pobre. De nuevo en mi memoria las palabras de Holderlín: “Perdimos lo sublime y nos instalamos en lo prosaico”,  o las de Schelling que veía en la Naturaleza “un poema oculto bajo una escritura misteriosa”, o el verso de Baudelaire: “La Naturaleza es un templo donde vivos pilares / dejan escapar a veces sus voces confusas…”. Nos amputaron el alma para someternos al falso prestigio de la razón sojuzgada y de la ramplonería positivista. Nos dedicamos a husmear con los ojos puestos en la voracidad, no en la imaginación ni en la intuición, percepción que originó “La Divina Comedia”, “Don Quijote”, “Cien años de soledad” y tantas maravillas más. Nos volcamos al artificio porque la esencia nos repele. Cicerón quedó desueto, ya no es cierto que la Naturaleza estimule “el deseo insaciable de ver la verdad”. Ahora solo estimula el apetito de prosperidad económica, ahora es más cierta la afirmación del premio nobel Alberto Schweitzer: “Vivimos en una época peligrosa. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo”. Peligrosa superioridad. lunpapel@gmail.com

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