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Podemos amar y matar, Por Carlos Bolívar Bonilla

Ante los macabros episodios de los pistoleros norteamericanos – y colombianos Ante los macabros episodios de los pistoleros norteamericanos – y colombianos – conviene advertir que todos los seres humanos tenemos la ambivalente capacidad de amar y matar. Asesinar, por crudo que parezca, no es un asunto exclusivo de “locos” extraordinarios. También lo es de gente común y cuerda que ama, estudia o trabaja, como casi todo el mundo lo hace. Personas que, en algunos casos, pese a visitar sus psicólogos o psiquiatras no revelan actitudes que indiquen pérdida de conciencia de la realidad: delirios recurrentes, alucinaciones auditivas, pensamientos incoherentes, ni disfuncionalidad social laboral. Nada que los convierta en sospechosos de asesinato. Científicamente no clasifican como esquizofrénicos, nombre técnico de la “locura”.  Peor aún, muchos esquizofrénicos jamás se matan ni asesinan. El homicida del cine en Aurora, Colorado, (película Batman) era hasta pocos días antes de cometer su crimen un estudiante de doctorado en neurociencias. El criminal de la escuela de Newtown, Connecticut, era un destacado estudiante, de una acomodada familia. Quienes los conocieron no dudaron en calificarlos como “normales” o ajenos a comportamientos psicosociales que pudieran tipificarlos de peligrosos desadaptados. Es todo un misterio saber con certeza en qué momento y por qué un ser humano toma decisiones tan planificadas, radicales y sangrientas para resolver sus dificultades. Hipótesis serias sí podemos elaborar, pero no son más que eso, hipótesis falibles. Que todos y todas podamos matar no significa, por fortuna, que lo hagamos ni que deseemos hacerlo. La mayoría de nosotros nos hemos educado para apartar de nuestras vidas esa idea como solución a los problemas. Aprendimos que, por ejemplo, aunque las manos sirven para pelear o estrangular, también y mejor son para acariciar, saludar o socorrer a otros. No obstante, la doble capacidad o potencia, mortífera y vivificativa, como enseñó Freud, siempre estará presente en cada uno de nosotros, cuerdos y locos. Educarnos y educar en la no violencia es un imperativo pedagógico y ético prioritario que incrementa las posibilidades preventivas para la convivencia pacífica, pero no la garantiza. Junto a la educación, no existe duda acerca de que la calidad de vida del contexto socioeconómico es un poderoso factor asociado a las frecuencias y tasas de comportamientos homicidas. A pesar de que los pistoleros gringos resulten de alto impacto mediático, la tasa de homicidios por 100.000 habitantes (según ONU-UNODC-2011) en Estados Unidos fue tan sólo de 5.0, en Canadá de 1.8, en Japón y Austria de 0.5. La diferencia entre los anteriores países y los nuestros es, con contundencia, significativa: 82.1 en Honduras, 66.0 en el Salvador, 56.9 en Costa de Marfil y 33.4 en Colombia.