La Nación
Salto confiable: creer para ver  1 16 abril, 2024
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Salto confiable: creer para ver 

  Según los Evangelios, ninguno de los apóstoles de Jesús esperaba la resurrección. Todas sus apariciones después de resucitado reflejan la incredulidad y asombro en discípulos y cercanos, para nada predispuestos en admitir algo tan sorprendente como único.

Padre Elcías Trujillo Núñez

 

 «Al anochecer del día de la resurrección, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».  Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros”. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:  «Recibid el Espíritu Santo;  a quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar». Tomás, uno de los Doce, apodado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».  Pero él les contestó:  «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás con ellos. Jesús se puso de nuevo en medio y les dijo: «Paz a vosotros».  Luego dijo a Tomás:  «Aquí están mis manos, acerca  tu dedo; trae tu mano y métela en mi costado;  y no seas incrédulo sino creyente». Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío! Jesús dice: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». (Juan 20,19-31)    

 

Empezamos el recorrido pascual. Según los Evangelios, ninguno de los apóstoles de Jesús esperaba la resurrección. Todas sus apariciones después de resucitado reflejan la incredulidad y asombro en discípulos y cercanos, para nada predispuestos en admitir algo tan sorprendente como único. El ejemplo del apóstol Tomás no es el único y seguramente refleja la actitud de muchos otros.

Hubo más de un Tomás entre los apóstoles y primitivas comunidades cristianas, como los hay también en nuestros días. Quién de nosotros no ha sentido o siente este peso de las dudas, a pesar de tener fe. Quién no desearía que esto de la Resurrección fuera algo más tangible, más demostrable, más razonable. Quién no ha querido meter el dedo en la llaga de Cristo y la mano en el costado para convencerse de que está vivo.

Pero he ahí lo esencial de la fe: no ver para creer, sino creer para ver. No cree el que ve, sino que ve el que cree. Hay que dar el salto de la confianza, hay que mirar de otra manera, más allá. La fe es fiarse de Alguien, sabiendo bien de quién nos hemos fiado.

Porque la fe no es tener certeza de todo, sino caminar en la confianza de que hay luz, de que es un tesoro ver ese trozo de cielo que Jesús nos ha mostrado con su resurrección, aunque parezca a veces que vamos a ciegas o que apenas se ve la luz.

La experiencia fundamental de la fe es esta confianza en Jesús, este encuentro salvador y transformador que cambia nuestras vidas, nuestra escala de valores, nuestra mirada hacia el mundo. Necesitamos hoy más que nunca testigos del Resucitado, no expertos en resurrección. La gente ya no cree a los maestros, sino a los testigos.

Solo creen a los que han “visto” la experiencia y la contagian en la alegría y el amor. Revistámonos de esta luz del Resucitado presente en nuestras vidas, llenémonos de su Alegría, de su Paz.

Fortalezcamos la fe titubeante y dejémosla insuflarse del fuego de su Presencia. Y nuestra vida hablará por si misma, porque no podremos callar esta maravillosa Noticia: Dios vive, Dios nos llama a la felicidad, Dios es fuente de alegría, en Dios venceremos a la muerte, venceremos el COVID-19, entenderemos que la vida es Vida para siempre, el amor perdura en la eternidad.

Todo lo que hacemos y vivimos tiene sentido desde esta fe y desde este amor manifestado en Aquel que ha Resucitado.