Gabriel Calderón Molina
Uno de los casos que más llama la atención en la política es el trámite que está a punto de iniciarse en el Congreso de la República a la convocatoria al plebiscito contra la corrupción después de la recolección de más de 4 millones de firmas. Siempre me pareció una idea acertada para combatir este flagelo del cual somos víctimas los colombianos de a pie.
Sin embargo, ahora creo que el asunto no es tan sencillo como solución para acabar con la corrupción, pues el problema no es un asunto de más leyes y normas, pues esta se ha convertido ante todo en un problema cultural. O sea que es algo que ha pasado a ser parte de las costumbres y la forma de vivir y pensar de muchos colombianos por la desaparición en la formación en los hogares y en la educación de la enseñanza de los valores morales y éticos que deben regir una sociedad. Frente a esta ausencia en la formación ciudadana, expedir más leyes, por severas que sean, pasarían a ser otro saludo a la bandera. Viene a mi memoria el caso del periodo de corrupción que vivió Inglaterra a comienzos del siglo pasado, similar al que está pasando en nuestro país que una revista en la década de los años 70 del siglo pasado, recordaba con la reproducción de una caricatura en la que aparecía un agente de tránsito que al comenzar su jornada laboral, aparecía de cuerpo delgado, y al terminar el día con una barriga desproporcionada debido a las coimas que había recibido por no sancionar a los infractores en las vías. Inglaterra superó esa difícil etapa de su historia con la educación, algo que en Colombia se destruyó, cuando echaron a la basura en la primaria la educación cívica y la urbanidad y luego, en la formación universitaria, la ética profesional como la recibimos muchos en la década de los años 60.
De otra parte, el columnista de El Tiempo, Luis Felipe Henao, recordaba el pasado domingo que varios de los puntos propuestos para dicho plebiscito ya figuraban en las leyes vigentes, entre las que mencionó la ley 190 de 1995 y 178 de 2006 y que lo que pasaba era que la justicia no operaba y que nos ahorráramos el costo económico de hacerlo.
De todos modos, la corrupción es una desgracia social a la que solo la educación puede darle término. Sigamos el ejemplo de Inglaterra. El plebiscito puede ser un saludo a la bandera.