Alejandro Serna
Nos encontramos en la semana mayor, mundialmente conocida como: “Semana Santa”, cuya tradición religiosa es la más popular del mundo, donde se conmemora la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la cual, también puede analizar desde un punto de vista histórico, o desde una perspectiva astronómica, también a la luz de la religión comparada y para otros con un enfoque íntimo trascendental.
Lo cierto es que, en este tiempo cabe reflexionar sobre un gran interrogante: “¿El poder para qué?”, enigmática frase del gran estadista liberal Darío Echandía, traducido en su momento ante desdén por el mando y al mismo tiempo por la utopía de un acuerdo en un país incendiado y sin garantías. Hoy, fácilmente se marca ante la profunda desazón política por la que atravesamos y que nos obliga hacer una deliberación sobre el caos que vivimos, por la falta de esperanza derivada de la deslegitimación del estado y sus instituciones, la imposición de intereses partidistas y políticos, los mismos que hoy se desconectan de la realidad nacional.
Entonces ante esa dicotomía, se cuestiona uno ¿el poder para qué? sino es para servir a la comunidad, como acto filantrópico, solidario y político, actuante sin avasallar al diferente, ni en la búsqueda del unanimismo o totalitarismo, que ante los canticos de sirenas populistas engañan incautos ante la falta de cultura política. Toma sentido hacer una profunda interiorización en esta semana, a ver si logramos un viraje hacia lo verdaderamente fundamental, en búsqueda de un “horizonte de sentido” el cual profesaba el filósofo coreano Byung-Chul, ante las carencias que tienen los que detentan del poder, quienes son fieles al interés particular soterrado, que se desnudan en actuaciones desesperadas y nulas de sentido común.
No hay que olvidar a Tácito, aquel historiador romano que profesó que “el poder nunca es estable cuando es ilimitado”. De ahí, que es sano el sistema de frenos y contrapesos que generan las corporaciones públicas ante los mandatarios territoriales, así, estos se incomoden, en su delirio de actuar no como reyezuelos, sino, como emperadores soberbios de una pequeña comarca. No hay que olvidar, a una ciudadanía incómoda, decepcionada, ofendida y preocupada por la sordidez y truculencia que hay detrás de las actuaciones de ciertos personajes a los que hoy les preguntan: ¿el poder para qué?
Sea esta semana, para repensar sobre los destinos de los gobiernos territoriales y sus gabinetes, en el rediseño de las agendas públicas y el ajustamiento de los planes de desarrollo, ya que, como diría John F. Kennedy expresidente estadounidense, “en el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”. La historia se repite y casualmente, hoy ostentan mandatos ciudadanos.
Es hora de reflexionar y de repensar.