No es un día más ni una fecha adicional en los calendarios de celebraciones, tan atiborrado hoy de conmemoraciones puramente comerciales; es una fecha particularmente sensible por las connotaciones de lucha por la igualdad de género que se acentuó desde fines del siglo XIX y tuvo su punto más alto en los movimientos feministas de mediados del pasado. No es un día más ni una fecha adicional en los calendarios de celebraciones, tan atiborrado hoy de conmemoraciones puramente comerciales; es una fecha particularmente sensible por las connotaciones de lucha por la igualdad de género que se acentuó desde fines del siglo XIX y tuvo su punto más alto en los movimientos feministas de mediados del pasado. Este Día Internacional de la Mujer lo queremos dedicar a todas las que han luchado con fortaleza, valentía y denuedo, y cuya tarea lastimosamente ha sido truncada por aquellos seres siniestros a quienes ellas combatieron, sin más armas que la palabra y el cuerpo. Y en ese entorno destacamos el trabajo de la más reconocida líder femenina contra la violencia del país, Angélica Bello, llanera, casanareña, que vivió en carne propia la época de la violencia, se opuso a ella y murió hace apenas tres semanas en extrañas circunstancias. Angélica, una colombiana del común que, cuando tuvo la oportunidad de elegir, se convirtió en una dirigente seria, hasta que el genocidio la obligó a esconderse y refugiarse en el hogar y el cuidado de sus hijos. En 1999 la guerra tocó a su puerta y atacó sin compasión a lo más querido. Los paramilitares la buscaron para violarla y se llevaron a dos de sus cuatro hijos. El primer encuentro de Angélica con la guerra fue, como el de todos, aterrador. Su orgullo y amor de madre la llevaron a emprender la búsqueda de sus hijas y a los 20 días tenía de nuevo en casa a sus retoños y en su corazón una huella imborrable de violencia: se había convertido en una de las miles de mujeres víctimas del conflicto armado. Dos motivos suficientes para dedicar su vida a la defensa de los derechos de los que, como ella, vivieron como nadie los rigores de la guerra. Días después, debió salir desplazada a Villavicencio. Desde ese momento, emprendió una batalla sin cuartel contra el reclutamiento de menores, junto a la defensa de las mujeres víctimas, que en Colombia, según ella, ascienden al sesenta por ciento. La incidencia de su labor llegó a Meta, Cauca, Nariño, Chocó, Risaralda, Tolima, Quindío, Caldas y Cundinamarca, donde lograron identificar un sinnúmero de mujeres agredidas y generaron la confianza para que pudieran hablar. El enfoque sustancial de esta luchadora fue la atención psicosocial para los afectados por el conflicto. Hasta los últimos días se empecinó para que las mujeres abusadas en el marco de la guerra pudieran tener apoyo psicológico y lograran superar los traumas que dejan las barbaridades de la confrontación. Pero no la dejaron terminar su titánica lucha. Ojalá que su lucha no haya sido en vano y su huella impregne a otras tantas mujeres que, con igual o mayor dedicación, se plantean un futuro mejor para sus hijos en medio de una guerra que no termina. Para su memoria y en honor de todas nuestras mujeres, luchadoras incansables, feliz día. “Dos motivos suficientes para dedicar su vida a la defensa de los derechos de los que, como ella, vivieron como nadie los rigores de la guerra”. Ana Yolanda Palacios Machado fue proclamada Mujer Cafam 2013 por su labor social con niños discapacitados en Quibdó. Clara Inés Solano de Roa, presidenta de la Fundación Amigos como Arroz y Ligia Gutiérrez de Celis de Cúcuta, recibieron menciones. Felicitaciones.