Desde mi regreso a Colombia he escuchado –y leído- sobre el sistema de influencias sobre el cual parece estar montada la contratación de trabajadores y trabajadoras en el sector público. Y digo influencias para no mencionar estructura de “palancas” o de “enchufes” que hace alusión a esa práctica nada ética de poner y quitar en función de un interés político o de rosca o de amiguismo. Aquí se podrían mencionar cuestiones como las cuotas políticas, el pago de favores, las nóminas paralelas, la creación de cargos y funciones sin ninguna planificación ni sentido para justificar los gastos institucionales… En esas circunstancias no vale de nada los méritos profesionales y académicos y la experiencia de los/las postulantes a una oferta laboral. Y esto me parece por si mismo terrible. El peor camino a la hora de pensar en cualificar los procesos productivos en todos los sectores de la sociedad. Parece ser, como comentó una persona en mi columna anterior, que en este contexto lo único que interesa es contratar a gente ignorante para que sea fácilmente manipulable pues con ello se logra someter su voluntad sin miramientos. Sea como fuere me parece aún más peligroso seguir repitiendo este estado de cosas por secula seculorum pues con ello se está dando la razón a quienes les interesa seguir conservando ese sistema en cuyo fondo se aprecia un tufillo feudal. Me niego por ello a aceptar y acceder a ese régimen de influencias así peque de ingenua e inocente. Prefiero serlo antes de someter mi voluntad y mi saber a esas prácticas perversas que excluyen y separan, que intimidan y coartan el derecho al trabajo y por ello mismo a una vida digna y de calidad. Prácticas que nos confinan a la dependencia y al silencio de nuestra voz y nuestro pensamiento. Me rebelo contra esas costumbres de servilismo y pese a la coincidencia de opiniones con respecto al funcionamiento de las palancas, sigo creyendo en el poder de los méritos para acceder a cualquier empleo ya sea en el campo público o privado. Sigo considerando que sólo mediante el reconocimiento de nuestra propia valía podemos empezar a cambiar esos malos hábitos tan arraigados en nuestra sociedad. Es necesario hacer de la “meritocracia” (palabra que por cierto he escuchado muchas veces aquí pero que no figura ni en el diccionario de la RAE) una realidad concretada no sólo en nuevas formas de acceso al empleo sino también en otras maneras de pensar nuestra realidad, pues sólo así se podrá empezar a cambiar ese régimen de influencias que tanto deteriora el panorama laboral y por ello mismo la percepción de justicia y de bienestar social. *Antropóloga e historiadora