La Nación
Tierra de artistas 1 19 abril, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Tierra de artistas

Con ocasión del cumpleaños número noventa del maestro Fernando Botero me puse a reflexionar sobre la intrincada e irónica interconexión que existe entre el arte, la violencia y la corrupción. Para comenzar, me gustaría llamar la atención sobre la fortuna que hemos tenido los colombianos, de poder deleitarnos con obras que datan de hace unos cuantos siglos, como es el caso de los recientes descubrimientos de arte rupestre; la talla en piedra y la orfebrería de nuestras culturas precolombinas, dentro de las que se destaca la cultura agustiniana; así como el rico legado que nos han dejado maestros como Débora Arango, Omar Rayo, David Manzur, entre muchos otros. En el caso huilense, tuvimos el honor de haber sido la cuna, de uno de los mejores paisajistas del siglo XX, el maestro Ricardo Borrero Álvarez.

Confieso que la primera vez que tuve la oportunidad de apreciar la obra “Atardecer en la quebrada de La Tatacoa” del maestro Borrero, tuve la increíble sensación de sentirme en casa. De sentirme observando precisamente, uno de los atardeceres a los que uno se acostumbra cuando vive en el Huila. Considero que esta es precisamente una de las características mas especiales del arte. La de poder contar historias, transportar a lugares, transmitir ideas, sentimientos o emociones. Es aquí donde encontramos el punto de conexión entre el arte y la violencia, pues en el caso colombiano, el arte ha sido uno de los instrumentos más poderosos, para inmortalizar el protagonismo que tristemente ha tenido la violencia en nuestra historia. A pesar de que el arte colombiano está colmado de grandes obras que retratan la violencia, siento que el arte creado por las Tejedoras de Mampuján tiene un lugar especial, por ser expresión, testimonio e instrumento para el perdón.

Para finalizar, el vínculo que encuentro entre la corrupción y el arte, es un vínculo particularmente paradójico, pues ha sido la corrupción uno de las principales razones por las cuales, no contamos con altos niveles de educación artística, ni con museos de primera, ni con programas o espacios que hagan posible la identificación temprana de potenciales artistas. Sin embargo y a pesar de todo lo anterior, seguimos siendo una tierra de artistas. Pero no podemos ser conformistas. Solo imaginen al Huila convertido en un circuito artístico al mejor estilo parisino o neoyorkino. A los cafés neivanos convertidos en sitios de reunión de artistas y literatos. ¡vale la pena invertir en arte!