Exégesis Muy respetable la decisión de Álvaro Uribe Vélez de seguir haciendo política. Lo cuestionable es que la política se haga dese el odio, la antipatía, el rencor, el disgusto, la aversión, la enemistad o la repulsión hacía el contrario, ya que, concebida de esta manera, se cierran los espacios al diálogo y a la controversia constructiva. Creo que el derecho a la oposición debe respetarse y ejercerse. Así debe funcionar la democracia. Pero para disentir de los actos de la fuerza política dominante, particularmente de la investidura presidencial -independientemente de quien la ejerza- hay que acudir al respeto y al discurso desprovisto de violencia, injuria y bravuconadas. ¿Cómo entender el disenso en política con acusaciones al Jefe de Estado como traidor y canalla? Pienso que tal hecho obedece a una manera equivocada de entender la lealtad en política. De otra manera, entenderla como la obligación de fidelidad eterna que debe tener un gobernante con las personas que le apoyaron es una concepción perversa y corrupta, acuñada en el diccionario político de la palanca y la lisonja, que para muchos, le da legitimidad a la controversia surgida. Contrariamente, pienso que en la política moderna no se puede hablar de lealtad a favor de un dirigente por muy importante que sea, sino de lealtad en favor de un pueblo y del territorio que gobierna. Y si para ello se deben romper alianzas, uniones y compromisos, habrá que hacerlo sin que ello signifique deslealtad con un partido o con un dirigente. Significa simplemente que se está haciendo lo correcto y eso es tener valentía para no traicionarse a sí mismo y no traicionar un propósito popular. ¿Qué debe ser más importante: ser leal con el mentor o ser leal con su propio ideario político? Creo que la lealtad en política no existe, aunque debo reconocer la legitimidad de uniones o acuerdos circunstanciales que deben respetarse, en lo posible. Pero estas alianzas no pueden hipotecar la lealtad, si con ellas se afecta el interés de lo público o si se superpone el interés particular sobre el colectivo. Las diferencias entre los dos dirigentes no pueden llevarse al plano de la deslealtad o de la canallería, pues entre ellos sólo hubo acuerdos políticos y electorales. Creer que se negoció una concepción de Estado es equivocado. Y lo es más la pretensión de Uribe de creer que Santos es desleal porque no renunció a su derecho de pensar y gobernar a su manera y bajo sus propias concepciones.