Por: Revista Semana. 

A tres días del asesinato de 6 personas en la vereda El Tandil, una comisión de organismos internacionales, no gubernamentales y periodistas que recorrió el territorio, fue recibida con fuego. Así fue la jornada en un pueblo atrapado entre el miedo y el dolor.

Primero encalló el muerto. Una lancha apareció entre las furiosas aguas del río Mira. Detrás suyo quince embarcaciones similares la rondaban a toda velocidad, cargadas de personas levemente borrachas que llevaban ramos de rosas rojas y globos blancos. Al ver la procesión, los dolientes que aguardaban en El Playón, una especie de puerto sobre el corregimiento de Ricaurte, se lanzaron hasta el punto de desembarco. Entonces amarraron la lancha principal, y los adoloridos hermanos de Haner Cortés, descargaron su ataúd.

“Si me matan a balazos, quiero morir con valor”, sonaba la ranchera que no paraban de reproducir una y otra vez en la orilla, en un parlante gigante. En esas, el féretro fue desplazado en medio de decenas de personas que lo esperaban y otras tantas que lo acompañaron por el río. Lo dispusieron bajo una lona plástica negra, en la orilla arenosa, y allí velaron a Cheto, como conocen todos a Haner. Un padre de 27 años, motorista de balsas y jugador recurrente de los partidos de fútbol de su vereda El Coco. Uno de los seis muertos que ya se confirmaron durante el ataque a bala que, según los campesinos, ejecutaron los policías antinarcóticos el pasado jueves.

De ese mismo puerto, mientras avanzaba el velorio, partió una lancha con representantes de Naciones Unidas, la OEA, la gobernación de Nariño, la Asociación Minga, Somos Defensores y varios periodistas. El destino era el Tandil, el lugar donde Cheto y los demás campesinos fueron asesinados.

Las lanchas avanzaron por el Mira. Una hora después fue el desembarco, seguido por un recorrido por una trocha brava, flanqueada a lado y lado por interminables cultivos de coca: la maldición de la región. La misma planta que está siendo erradicada por las autoridades, sin que se les ofrezca a los campesinos, eso dicen ellos, una forma de reemplazarla como el eje de su subsistencia.

Para la Policía se trató de un ataque con tatucos y ráfagas de una disidencia de las Farc. Pero este domingo, mientras los campesinos recordaban la muerte de los suyos, la Defensoría del Pueblo aseguró que todo apuntaba a que la masacre había sido responsabilidad de la Policía antinarcóticos. Lo claro es que en la montaña donde ocurrieron los asesinatos todavía están las muestras de las balas que rozaron los palos, y el rastrojo arrancado y doblado que dejaron los campesinos cuando se arrastraron por el barranco para evadir los impactos.

En esas explicaciones de los campesinos a la comisión apareció la Policía. Eran las 2 de la tarde del domingo. Un grupo de uniformados se desplegó sobre los límites de la base que montaron en lo alto de las montañas. La tensión con los campesinos escaló. “Ellos – y señalaban de frente a los policías- son los asesinos. A este lo vi disparar contra mi hermano”, aseguraba un presente. Los agentes, entre tanto, les decían desafiantes a los campesinos que no podían subir hasta su base. Los representantes de los organismos internacionales y locales intervinieron.

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