Tv en Palestina: años 70s, encuentro y cambio cultural

“Aquí el primer televisor se puso en el parque. Se puso sobre un pedestal y se encerró en una caja de metal. Todos salíamos a las 5 o 6 a ver programas.

Paulina María Yáñez Vargas Especial LA NACION Aquí el primer televisor se puso en el parque. Se puso sobre un pedestal y se encerró en una caja de metal. Todos salíamos a las 5 o 6 a ver programas. Iba toda la gente del pueblo. Los adultos sacábamos sillas y los niños se hacían con nosotros. Recuerdo que veíamos Topo Gigio.” Leonel, alcalde, 53 años. (Tomado de “La Sierra y el Desierto” {TORRES, RODRÍGUEZ, SALAZAR} ) palesTINAEra 1953 y el general Gustavo Rojas Pinilla anunció, después de su golpe de estado, que traería a Colombia el gran invento: la televisión. Un año más tarde se haría realidad su promesa y sólo para comienzos de la década de los setenta los pobladores de Palestina pudieron ver, a través de la pantalla chica, a los personajes que escuchaban por radio. Descubrieron otro mundo y se descubrieron a ellos mismos, porque en definitiva, pudieron pensar y ver otras formas de vivir, incluso hasta de vestir. La llegada de la televisión no pudo pasar desapercibida, era imposible que eso sucediera en una población que apenas tenía carretera a Pitalito y que, como me cuenta su ex alcalde Leonel Otálora, para conocer el pavimento era necesario que viajaran hasta Neiva, la capital del Huila. Palestina era, en ese entonces, inspección de Pitalito. El casco urbano,  dividido en dos colinas, apenas tenía unas pocas casas construidas en bahareque y teja de barro y su principal actividad productiva era la explotación maderera. Sus habitantes habían llegado de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca, Santander y otras zonas del país y del departamento y vivían, en su mayoría, en la zona rural. Yo nací en el 92 y poca referencia tenía de todo esto. Mi municipio, conservador, hermoso en sus paisajes y amable por su gente, no guarda, no archiva, ni escribe muy bien su historia, incluso no celebra los cumpleaños de su fundación ni del reconocimiento con la categoría de municipio. De esta manera, después de recordar algunos comentarios relacionados con la llegada de la televisión al pueblo, me propuse reconstruir ese episodio determinante en su historia.

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El municipio más joven del Huila – Palestina- para inicios de los setenta no tenía parque principal, apenas un “barrial” que era permanente debido a la alta pluviosidad de la zona en esa época, una improvisada plaza de mercado y un lugar donde amarrar las mulas que bajaban de la montaña cargadas con bloques de madera. Allí, ahora se encuentra la Alcaldía Municipal y la Galería y antes se ubicaba un kiosco cubierto por arriba de tejas de zinc  y por los lados, de chaglas de guadua; el piso era de cemento. Esta construcción fue realizada por la Junta de Acción Comunal del barrio Juan XXIII- centro del municipio- y fue el sitio estratégico donde se instaló el primer o segundo televisor que llegó a Palestina. La duda respecto a si fue el primer o segundo televisor se debe a que, al indagar acerca de quién llevó ese primer aparato, doña Marleny Ardila, secretaria de la Institución Educativa El Quebradón- una vereda-, me comentó que esa persona fue un sacerdote de apellido Santa Cruz. En un principio no concordaba con lo que había escuchado antes, sin embargo, encontré un detalle que me permitió confirmar la información que me dio en su relato. En 1968, según la Biblioteca Luis Ángel Arango en una exhibición virtual,  ocurrió un hecho importante para la televisión colombiana: El XXXIX Congreso Eucarístico Internacional presidido por el papa Pablo VI. Su importancia residió en que era la primera vez que se hacía una trasmisión desde Colombia para el mundo y además,  un sumo pontífice nunca había visitado el país. Doña Marleny, sentada en un sofá amplio y en forma de L con su esposo Héctor y mientras escuchábamos de vez en cuando ladrar a sus perros desde el patio de su casa, recuerda que el cura Santa Cruz invitó a los pobladores de Palestina, a través de sus misas, a ser testigos de ese evento en un televisor pequeño y de su uso privado. La razón por la que ese televisor no está muy latente en las memorias de los personajes con los que conversé para mí es sencilla. En el televisor del sacerdote sólo vieron un acontecimiento, en el segundo o el primero que alojan sus recuerdos, pudieron hacer mucho más que eso. En general, cambió sustancialmente las dinámicas cotidianas, los momentos para el encuentro y hasta la visión del mundo. “Fue casi total el cambio” piensa Don Leonel. Así pues, hablaré del televisor del kiosco como el primero, como aquel que marcó a los pobladores de Palestina en ese tiempo y por supuesto, el que más recuerdan como el símbolo de un medio de comunicación para ellos tan novedoso.

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Antes de la llegada de la televisión, en la zona urbana de Palestina, en las tardes-noches se hacía poco. Algunos jóvenes practicaban deporte y por lo general, los habitantes se iban a dormir temprano. El frío era intenso y la energía eléctrica no existía. Sólo una planta de 22 Kw, propiedad de la parroquia, iluminaba al pueblo de seis a ocho de la noche. Contadas personas poseían una Petromax. Así, por organización comunal, mediante serenatas y bailes, don Leonel y otros líderes trabajaron para conseguir  el fluido eléctrico. “Un trabajo muy verraco, templando cables desde Pitalito”. El ex alcalde, un señor de cabellos blancos, rostro redondo y sonrisa al hablar, recuerda que el gobierno de Misael Pastrana Borrero (1970—1974) donó sesenta mil pesos para los trabajos y que la televisión llegó seis meses o un año después de finalizado el proyecto energético, también con la ayuda de este dirigente político, el cuarto y último presidente del Frente Nacional. En el kiosco se instalaron las redes eléctricas y luego, se fabricó un cajón en metal o madera (versiones encontradas) para guardar la preciosa adquisición. Pastrana Borrero lo donó a Palestina por petición de Jaime Loaiza, inspector de ese entonces. Loaiza,  reconocido como un importante líder comunal en la población fue asesinado años después cuando en el municipio el territorio estaba dividido entre las tres guerrillas: M-19, ELN y FARC. Jaime había pedido el televisor para ponerlo ahí –en la caseta- y para que la gente viera. Jaime pensó en entretenimiento para los habitantes de la inspección que comandaba. Jaime logró su cometido.

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“A las cinco (pm) venía la gente para que les abrieran” comenta Pio Antonio Muñoz hijo de Pionono Muñoz, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Juan XXIII y quien manejaba las llaves del cajón que guardaba el televisor. Después de encendida la pantalla, los puestos eran peleados. Niños, jóvenes y adultos se apresuraban a tomar su espacio para no perderse un espectáculo que para don Leonel, era solemne, casi como asistir a la iglesia. “Cuando se reían, se reían todos”, de lo contrario el silencio de los televidentes era sepulcral. Eder España, también ex alcalde, oriundo de Palestina y en quien me basé para empezar este trabajo recuerda con alegría aquellas tardes en las que le tocaba “aguantarse” un programa de dos horas de música clásica para poder conservar su lugar. Se trataba de Música para Todos, premiado en los años 72 y 73 como mejor programa cultural. En la cajita de su memoria, mientras fija su mirada azul en algún punto de la ferretería que atiende, encuentra asimismo que su papá no lo dejaba ir a ver televisión al kiosco en caso de que su comportamiento no fuera el adecuado. Sin duda, ese sería uno de los castigos más terribles en ese tiempo.  Eder tenía entre siete y ocho años de edad y, como la señal era de aire- sólo hasta 1985 se implementaría en Colombia la televisión por suscripción – sus recuerdos le permiten contarme que “todo el mundo” buscaba para la antena guaduas grandísimas. Hasta las 11  de la noche permanecía encendido el televisor, “mi papá ya no aguantaba más y les apagaba” retoma don Pio su relato con los brazos cruzados. Diagonal a él está su hija que le ayuda a precisar detalles y se mantiene atenta a la conversación en el andén de su casa. Los sábados y los domingos se prendía todo el día. Era el momento para que los arrieros y aserradores bajados de las montañas a recua de mula se tomaran un descanso viendo televisión o bebiendo licor. Los que optaban por la segunda actividad-que no eran pocos- llegaban a ser algo inapropiados en sus actos. “Se tiraban el negocio porque uno bien concentrado y otro hablando mierda” comenta, de nuevo sonriente, don Leonel.

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Para 1970 la televisión colombiana puede intercambiar programas nacionales por otros extranjeros. En Palestina, Eder logró ver la serie del Detective Manix – realizada en Estados Unidos y protagonizada por Mike Connors nominado a cuatro Globo de Oro por ese personaje y ganador en una de esas ocasiones-. Asimismo, las telenovelas fueron trasmitidas diariamente y por esta razón don Pio me cuenta que la gente veía una a las diez de la noche ya sin importarle trasnochar o las bajas temperaturas. “Mi mamá veía una que se llamaba Milagros” agrega Eder sentado en una silla Rimax beige con apoya-brazos. La comedia, por su parte, también fue vista en los setenta y Eder recuerda a Yo y Tú, un programa que mostraba cuadros costumbristas, estaba ligado al contexto familiar y con humor evidenciaba los cambios de la sociedad colombiana (Biblioteca Luis Ángel Arango). Muchas risas y entretenimiento debieron darles actores de esta serie como Carlos Muñoz y ‘El gordo’ Benjumea  a las 50 o 60 personas que llegaban al kiosco a disfrutar de las imágenes que no comprendían cómo hacían aparición en la pantalla. El programa infantil Animalandia presentado por Pacheco y al aire 18 años fue uno de los preferidos de Eder. Sin embargo, él no sólo recuerda esa emisión televisiva, me cuenta además que en ese tiempo (70`s) presentaban las peleas de boxeo que eran foco de discusión para aquellas personas que las veían puesto que en ellas hubo representación colombiana. En efecto, Pambelé, en 1972 logró su primer título mundial en Panamá y lo mantuvo hasta el 6 de marzo de 1976. Respecto a los comerciales, galopan en su memoria el de Alka- Seltzer- “ponían un vaso y ssuchh”- y el de una loción capilar llamada Tricofero de Barry que según algunos foros de Internet, es una fórmula excelente para el crecimiento del cabello. Don Pio, por su parte, no tiene presente en su remembranza  acontecimientos importantes que haya visto a través de la televisión, en esa época tenía 8 o 9 años de edad y se excusa diciendo que siendo un niño poco le interesaban los noticieros. No obstante,  rememora que las intervenciones televisivas del Presidente hacían llenar aun más la caseta. Don Leonel conoció la problemática del país- ahora sí en vivo- y a Arturo Abella, un periodista que dirigió el informativo Telediario 7 en punto y que lo comenzaba con una frase especial: “Según fuentes de alta fidelidad, les puedo contar que…”. Para mi persona, ese dicho despierta ciertas dudas. El Minuto de Dios, trasmitido por televisión desde 1955, también es referido en el testimonio de don Leonel. El sacerdote Rafael García Herreros con su Banquete del Millón les dio ideas a varios líderes comunales para hacer actividades que conducían a recoger dinero para sus proyectos.

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La televisión llegó a Palestina y junto a ella un cambio cultural marcado. Transformó las dinámicas de reunión y los temas para conversar. Las formas de hablar, de vestir y hasta de comer representadas en los programas de diversa índole dieron pauta para que los habitantes del pueblo pudieran seguirlas. Jesús Martín Barbero1, en su documento “La televisión o el ‘mal de ojo’ de los intelectuales” manifiesta que este medio de comunicación ocupa un lugar estratégico en la cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de las sensibilidades, en los modos de percibir el espacio y el tiempo y construir imaginarios e identidades. Sin duda, en Palestina eso sucedió. Los habitantes de esa inspección de Pitalito en los años setenta aprendieron a manejar sus horarios y asistir, sin falta, a las cinco de  la tarde al kiosco. “A las seis el que no había cenado se le envolataba la comida” (Leonel). La imitación no se hizo esperar, gracias al movimiento hippie que se daba por esa década, muchos optaron por dejarse crecer la melena. Eder, además, soñaba con participar en el programa-concurso de Julio Sánchez, Concéntrese, no lo logró porque apenas era un niño pero otra persona sí lo hizo. Doña Graciela Muñoz, habitante del municipio, hizo sentar a los televidentes a “concentrarse” y todos estaban a la expectativa. De pronto, cuando le preguntaron su procedencia, ella dijo que era de Pitalito. Una decepción para todos y un serio problema de identidad y pertenencia. Sin poder precisar en cuanto tiempo,  el primer televisor se averió y al parecer no hubo como arreglarlo. Sin embargo, la magia de la televisión no terminaba en Palestina, al contrario, creció. Aníbal López, farmaceuta del pueblo en esa época, compró el segundo aparato y con él un gran refrigerador en el que congelaba los helados. La cuota para disfrutar de dicha magia era la compra de uno de esos. Los helados también fueron novedosos. ¿Quién comía helados aquí en Palestina? ¡Nadie! explica don Leonel. Poco a poco, cada casa fue adquiriendo su propios televisore y como dice Patricia Terrero2 la televisión se fue extendiendo y se ha convertido en la principal fuente de información y entretenimiento para los sectores más pobres y, en este caso, para las personas que no pueden acceder a otras tecnologías u otros medios de comunicación.

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La llegada de la televisión a Palestina es sólo un capítulo de su historia, un lapso que construí de a poco gracias a la memoria de algunos de sus testigos. Ahora habrá un documento para los que buscan y no hallan mucho de esa historia y para aquellos que por casualidad lo encuentren.

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