José Joaquín Cuervo
El desarrollo de los últimos sucesos de interés nacional ha contribuido para recuperar parcialmente la esperanza en seguir encontrando colombianos decentes que más allá de sus intereses ideológicos y personales, han decidió reivindicar el ethos moral de un pueblo aparentemente enfermo en la banalidad del mal. Son las expresiones de los mismos colombianos que no olvidan la defensa de lo esencial. Curiosamente, dichas actitudes han significado un duro golpe para las facciones políticas y sociales que han dejado una estela de malos ejemplos, relativizando el valor de la vida y la dignidad humana. Exmilitares arrepentidos que confesaron su responsabilidad y pidieron perdón por sus acciones en muchos de los casos de los 6402 falsos positivos, ciudadanos que tratan de explicar sus lapsus éticos en nombre de épocas de totalitarismos y resultadismos militares.
Ciudadanos arrepentidos de haber elegido candidatos y presidentes insensibles que pareciera haberle declarado la guerra a los pobres a los desterrados y excluidos. Ciudadanos con voces indignadas por la insistencia de la comandancia del Ejército por justificar acciones armadas contra la población civil, hombres y mujeres exigiendo que ya no haya más masacres continuadas, torturas y desapariciones de jóvenes que protestan, de lideres sociales, de víctimas revictimizadas.
Actitudes contundentes como la de las madres de Soacha que aun exigen que se den nombres de los que dieron las órdenes de matar a sus hijos o nietos. También es esperanzadora la denuncia social contra una Fiscalía que terminó mutando de su naturaleza acusadora en defensora de la Causa del expresidente Uribe. Voces que no olvidan que el proceso principal es el de la determinación de crear o auspiciar la creación de grupos de autodefensa y paramilitares en territorio colombiano. Liberales y demócratas que sienten que deben sacudirse de las falsas noticias y del poder manipulador de los grandes medios defensores de elites, de terratenientes y asesinos. Pero sobre todo, mucho más esperanzador constatar que algunas decisiones judiciales hacen recuperar nuestra fe en la administración judicial que ha decidió perseguir solamente a los de ruana, la decisión de la jueza 28 del Conocimiento de Bogotá, Carmen Helena Ortiz Rassa, de no acceder a la solicitud atípica de la Fiscalía de precluir la investigación contra Álvaro Uribe Vélez , decisión tomada en contra de los mismos que apelan al silencio cómplice de la verdadera impunidad criminal de los políticos de la ultraderecha.
La jueza nos devolvió algo de la confianza en la justicia que debemos tener los ciudadanos, su talante, su conocimiento, el cumplimiento a su juramento de imparcialidad, garantía de lo contrario representado con el fiscal Jaimes, que decidió no acusar a pesar de las pruebas y evidencias que reposan en contra del expresidente y exsenador en el proceso.