Incontables páginas en periódicos y horas de grabación en radio y televisión han girado en torno al mismo tema: el deterioro sistemático de la seguridad en Colombia y el peligro que representan unas mesas de diálogo sin avances ni resultados con los grupos narcoterroristas. Desde el inicio, las advertencias a Gustavo Petro han sido reiterativas, pero la respuesta fue siempre la misma: ‘Preferimos el diálogo prolongado a la sangre y la muerte de los colombianos.’
Sin embargo, mientras la nación observa a la distancia las mesas de diálogo en reuniones interminables, las organizaciones criminales siguen su curso implacable. Sus estructuras delictivas actuaban sin compasión en regiones como el Cauca, Chocó, Nariño, Caquetá, Putumayo y el Catatumbo, entre otras. La sangre corre y decenas de vidas se pierden diariamente en cada ataque. Aun así, Petro y sus voceros insisten en que la “paz total” es el único camino, incluso frente al evidente incremento de la violencia.
Hoy, la situación en el Catatumbo es el epítome del fracaso. Los enfrentamientos entre el ELN y las FARC en cinco municipios de aquella región fronteriza con Venezuela, han dejado un rastro de muertos: guerrilleros y campesinos caen en el fuego cruzado. Ante este panorama, Petro, en un simple trino, calificó los actos del ELN como “crímenes de guerra” y decidió suspender el proceso de diálogo con ese grupo, pero no con el otro.
Esto nos recuerda que, durante su campaña, prometió firmar la paz con el ELN en tres meses. Dos años y medio después de su posesión, su “paz total” no solo es un fracaso total, sino que le ha costado al país miles de vidas inocentes. Las masacres se han multiplicado, los secuestros en auge, el reclutamiento de menores no cesa, la extorsión golpea a millones de familias trabajadoras, y los cultivos ilícitos crecen exponencialmente.
Petro viajó a Tibú, en el Catatumbo. Allí, tras un consejo de seguridad que duró dos horas, anunció que está considerando decretar el “estado de conmoción interior”, posiblemente para esa zona. Mientras tanto, la violencia sigue sin pausa ni tregua.
¿Cuándo entenderá Gustavo Petro que el deterioro del orden público es el resultado directo del debilitamiento de la Fuerza Pública y de la permisividad con los grupos criminales, que en estos dos años se han fortalecido? La solución no pasa por declaratorias de conmoción, sino por la acción decidida y contundente del Estado, liderada por sus instituciones militares y policiales. Es, simplemente, una cuestión de autoridad, la cual, lamentablemente, hoy está perdida en Colombia.