La Nación
EDITORIAL

Un gran maestro

El profesor Miguel Ángel Tovar murió tranquilo, convencido de haber sembrado muchas semillas. Ni siquiera la muerte que lo llamó en plenas fiestas logró apagar la chispa que lo iluminó como un sembrador infatigable. Consciente de haber transitado muchos senderos llevando a cuestas una tea, partió tranquilo sabiendo que su paso por este mundo fugaz no fue en vano. Tampoco inadvertido.

Por eso prefirió una fecha memorable para cerrar sus ojos en plena ebullición fiestera que como opita convencido contribuyó a enaltecer, como una construcción social, patrimonio inmaterial y riqueza ancestral que con altura defendió sin timideces. Pero no solo la cultura, como símbolo de una región, como un crisol de la diversidad sino como como una garantía de creatividad , como esencia de nuestra identidad. Pero también, partió tranquilo, sabiendo que sus banderas quedaron izadas.

La educación como práctica de la libertad quedó como un legado entre sus discípulos que hoy deploran su partida. Y como una consigna que agitó con pasión en las aulas de clase. La oralidad como decía Pierre Furter era el fundamento de toda su praxis. La palabra fue su arma vital para impulsar el diálogo, como instrumentos de transformación profunda, global, humana.

Como Freire entendía que la educación es un acto de amor, de coraje; una práctica liberadora contra una cultura decante.

Discernir, consentir, disentir, consensuar fueron dinámicas que supo transmitir para formar sujetos de derechos pero también conscientes de sus deberes.
Desde la Escuela para la Democracia que fundó como alternativa contribuyó a formar una nueva generación de ciudadanos deliberantes, participativos e incluyentes. Desde la cotidianidad impartió saberes. Ese fue uno de sus legados que le merecieron el reconocimiento público.

El profesor Tovar fue un rebelde con causa. Un demócrata integral. Un idealista. Un intelectual militante, amante de la justicia, la libertad, la convivencia y las plenas garantías.

El profe Tovar fue un crítico. Un columnista insigne. Pero ante todo un humanista. Un incansable constructor de ciudanía, cuyas banderas enarboló como un nuevo poder para enfrentar la tiranía. Tal vez iconoclasta, contestatario, antifascista pero eso sí, un académico y un caballero a carta cabal. Un librepensador, al fin y al cabo, guiado por una racionalidad ética, que entendió que la vida aunque temporal, debe tener sentido. Por eso la muerte no lo cogió desprevenido. Ni lo asustó cuando descubrió un cáncer malvado que se le atravesó en el camino.

“Mientras somos-como decía Machado- la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”. Dialéctica de la vida, como alfa y omega, principio y fin de la existencia.

Tal vez ese paso inexorable sea un pretexto para volver a empezar, para inventar un nuevo sueño, para seguir viviendo en los recuerdos, como un pedestal que lo mantendrá vivo.

“Un librepensador, al fin y al cabo, guiado por una racionalidad ética, que entendió que la vida aunque temporal, debe tener sentido”. 

EDITORIALITO
El Huila marcará hoy hito. Por primera vez tendrá un récord mundial que le dará al baile del Bambuco un nuevo estatus. El récord Guiness quedará patentado como otro recursos para mostar al mundo la grandeza de nuestra fiesta sampedrina.