Agoniza en un hospital de Pretoria uno de los políticos más importantes de los últimos tiempos. Un hombre que desde su prisión de Robben Island -donde llegó en 1964 a pagar cadena perpetua con trabajos forzados y permanece por un lapso de veintisiete años- con inteligencia, reflexión de su propio ideario, valentía y liderazgo, logró cambiar el destino de su pueblo.
Partiendo de una concepción política radical y belicista de cómo debía imponerse a la fuerza la raza negra mayoritaria, de un 88 por ciento, sobre la raza blanca de tan solo un 12 por ciento, pero que venía gobernando y aplicando el apartheid, pasó a una concepción pacifica, de convivencia entre todas las etnias, la cual tuvo que evolucionar a partir de la modificación de sus propias convicciones, para convencerse a sí mismo y luego a sus compañeros y contrincantes de lucha.
Cuando obtiene su liberación ya era el líder indiscutible de su nación, querido y respetado por todas las razas, supo manejar el poder sin que lo embriagara y mucho menos pretendiera abusar o perpetuarse en él. Su mayor grandeza fue precisamente el mantener su dignidad en la cárcel, su humildad y desprendimiento en el ejercicio del poder. Se retiró a tiempo como lo hacen los grandes y volvió con los suyos, los de su tribu, los de sus raíces.
Por todo ello hoy es un símbolo en todo el mundo, en la misma Londres se erige una estatua en honor a Nelson Mandela, este sí un grande de su nación y de su tiempo, que buscó y consiguió la paz para su pueblo en las condiciones más adversas. Solo los tiranos encuentran en la guerra la solución a los problemas de la polis.
Hoy a sus 95 años se apaga la luz de su existencia. Una vida pletórica de realizaciones, de aprovechamiento de los golpes del infortunio que en forma contradictoria le ofreció la vida. Un sembrador de paz. Una reflexión de existencia para quien nos deja la gran enseñanza, sobre a quién se le puede y se le debe llamar grande.
*Ex presidente Corte Suprema de Justicia