Froilán, obispo de Neiva
Aquí la palabra integral la utilizo en el sentido que asume todas las dimensiones de la persona humana. Cuando la educación no abarca a todo, el hombre cojea. No es infrecuente que por insistir en unas o una dimensión, se pueden empobrecer las otras. El hombre es un ser pluridimensional. Invito a las personas de mi generación y a algunos de generaciones cercanas cronológicamente a que me acompañen en la siguiente descripción. Tuve la bendición de Dios de haber nacido en un hogar estable, esto me dio seguridad; las figuras paterna y materna nunca faltaron en mi formación, la naturaleza nos enseña que la relación de esposo y esposa, complementan la vida familiar. Las fiestas patrias, sobre todo el 20 de julio, eran celebradas con mucha solemnidad: izada del pabellón nacional, desfiles, sendos, discursos alusivos a la celebración histórica, los chicos se vestían con el uniforme de gala para darle importancia a la efemérides patria; si caía un día de semana laborable, al otro día se asistía a las clases normalmente: los profesores no exigían día compensatorio, menos los estudiantes. Sin hablar de cultura ambiental y de ecología, se celebraba el 12 de octubre como el ‘día del árbol’: todos los niños llevábamos un arbolito, ofrecido por la Caja Agraria de ese entonces y se plantaba en los parques y zonas públicas; al día siguiente había clase como de costumbre, no había compensatorios ni paros, todos a trabajar, la escolaridad era sagrada. Sin hablarnos de economía y de emprendimiento, los niños debíamos abrir una cuenta de ahorros en la Caja Agraria y con ello debíamos entender que el ahorro es básico para tener mentalidad empresarial. Para los padres de nuestra época infantil, el maestro era sagrado y él siempre tenía la razón, -bueno, un poco exagerado, pero en fin.…-. Nos enseñaron que las personas más respetadas eran: los padres, el sacerdote y el maestro. Nos enseñaron que la muralla es el papel de la canalla, -ahora se hacen concursos de grafitis-. Nos enseñaron que las personas mayores debían ser más respetadas, -ahora los viejos hacen estorbo, son desechables-. Las mamás, sobre todo, enseñaban a las niñas a ser madres: en la escuela se enseñaba a bordar; las escuelas hogares, preparaban a las niñas en las artes domésticas: bordados, tejidos, etc. Los padres no alcahueteaban a los hijos presentando excusas médicas para no ir a la escuela. Nos enseñaron a dar el andén a las personas mayores y a las damas. Nos enseñaron a respetar a Dios: los domingos nos llevaban a la Santa Misa con los profesores y los lunes no eran vacación. No conocimos paros docentes, nos enseñaron a saludar y a guardar cierta distancia con quien detectaba la autoridad social, política o religiosa. No nos enseñaron qué se puede comprar con el dinero, sino qué no se puede comprar con el dinero. Nos enseñaron a querer a los animales domésticos, no a idolatrarlos. El código ético lo aprendíamos en la casa, no en la escuela: la escuela era como una continuación del hogar. Nos enseñaron a respetar y venerar a nuestros padres: el mayor regalo que les podríamos dar, era el respeto.