Gabriel Calderón Molina
La Tv viene mostrando los desastres causados por la ola invernal en gran parte del país cuyas consecuencias impactarán la economía nacional. Las corrientes desbordadas de ríos y quebradas arrastrando el barro que proviene de las montañas y que tantos daños causan a los pobladores de sus riberas, me han hecho recordar una experiencia de mi adolescencia, cuando con mi padre y otros amigos, penetramos las altas selvas de la cordillera oriental en las cabeceras de la quebrada de Matanzas, afluente del Magdalena, pretendiendo llegar a una guarida de osos negros que habitaban esa zona del territorio de San Agustín.
Antes de llegar al sitio que se buscaba, se decidió pernoctar en las faldas de la cordillera debajo de un gran árbol en plena selva. Por mi mente no pasaba lo que nos iría a ocurrir en las horas siguientes. Como a las ocho de la noche se inició una tormenta de lluvia y una violenta tempestad y vientos que sacudieron terriblemente los árboles durante toda la noche causándonos inmensos temores de ser víctimas de la caída sobre nosotros de corpulentos árboles. No fue posible dormir. El agua nos empapó hasta los huesos. Al amanecer se decidió que era mejor volver a casa debido a que seguían latentes las amenazas de seguir lloviendo. El regreso, como había sido el viaje, implicaba cruzar dicha quebrada en numerosas ocasiones. A mì me asistía el temor que esa fuente debería estar por los montes. Cuando descendimos a su lecho, encontramos que era muy poco lo que había aumentado sus aguas. Al preguntarle a mi padre la razón por la cual estaba casi igual al día anterior, recuerdo que me dijo: “no es lo mismo caer la lluvia en zonas deforestadas que en zonas selváticas. El agua de las lluvias que cae en la selva y los montes, es retenida por la propia naturaleza ocasionando que se desplace lentamente a lo largo de varios días. En cambio en las zonas deforestadas, el agua se desplaza inmediatamente arrastrando la tierra y todo lo que encuentre, aumentando la corriente de los arroyos, quebradas y ríos, inundando y destruyendo sus riberas y todo lo que hay a sus alrededores”.
Este conocimiento obtenido andando por la selva es desconocido no solo por quienes han nacido y viven en las ciudades, sino por muchos de los que desforestan los suelos sin importarles las consecuencias de las lluvias para las actuales y futuras generaciones de los seres humanos y animales que habitan el planeta.
NOTA. El Dr. William Fernando Torres me hizo llegar un valioso libro: ‘MAGDALENA, Historias de Colombia’ del geógrafo canadiense, radicado en nuestro país, Wade Davis, cuya lectura es emocionante. Mil Gracias.