La Nación
COLUMNISTAS

Una nueva etapa

Nunca han sido fáciles las transformaciones sociales a lo largo de la historia. Por lo general vienen precedidas de una creciente inconformidad con la clase dominante, dueña de privilegios, acostumbrada a los abusos y aferrada al poder, hechos que finalmente llenan la copa, desatando la protesta de los menos favorecidos, generando un cambio, no siempre para bien. Así ocurrió en la Inglaterra del siglo XVI, en donde el sistema feudal que dominaba desde la Edad Media, debido a la presión ejercida por una nueva clase social emergente, debió darle paso a una nueva clase que por fortuna la llevó por el sendero de la revolución industrial. Protestas sociales rechazadas en un comienzo por los que ostentaban el poder, señores feudales dueños de la tierra y parte de una clase extractiva que se beneficiaban del trabajo de otros, sin importar cuán miserables fueran las consecuencias que pagara el pueblo con tal de mantener sus beneficios. 

Pero la paciencia tiene un límite y cuando se llega a él, estalla la protesta que obliga a los cambios. Algo similar ocurre en nuestro país. La notoria pobreza que se vive en el campo colmó la paciencia de miles de campesinos que no ven en la actividad agrícola la manera de salir adelante junto con sus familias, relegados a la pobreza por unas minorías interesadas en promover su riqueza, sin importarles el precio que esto conlleva. Causas de esta pobreza, entre otras muchas, son algunos aspectos de los tratados de libre comercio que ponen en riesgo la seguridad alimentaria, al dejar en desventaja a los pequeños cultivadores que durante años han sostenido el campo. También la falta de acompañamiento y tecnificación, el alto costo de los insumos y maquinaria hacen del campo una actividad poco productiva.

Un poco tarde el Gobierno empieza a entender estas necesidades. Tuvieron que presentarse muertes y movilizaciones que generaron una crisis humanitaria, evitables si desde el inicio se hubiera entendido su clamor, quizás por la soberbia que imprime a veces el poder. Lo importante es que está la voluntad del Gobierno de sentarse por fin a buscar una salida a la crisis que vive el agro, al igual que existe la intención de reconocer lo difícil que resulta ser campesino en Colombia, algo que nos obliga a ser solidarios con esta lucha, mas no con la violencia. Esperemos que de aquí en adelante se defina una política agraria que solucione años de olvido, para que nuestros campesinos no se vean obligados a abandonar el campo y decidan emigrar a las ciudades, condenados a engrosar los cinturones de miseria que con los brazos abiertos los acogen.

Es tiempo de reflexionar y de entender que una nueva Colombia despierta desde el campo, permitamos que los canales de diálogos florezcan, pero seamos garantes de que los compromisos adquiridos sean respetados y cumplidos, por el bien de la democracia y la institucionalidad.

@Rodrigo_laras