Verdades que duelen. Por Cecilia López Montaño

Es evidente que la Colombia de hoy no es la misma de hace un siglo, para no ir más atrás en la historia. Hoy la pobreza no es el 70% sino cerca del 40%; hay una clase media que no es el 10% sino el 23%; que en vez de muchísimos pobres hay 36% de vulnerables que ya no están en la miseria pero que en cualquier momento pueden volver a la indigencia o al menos a la pobreza. Somos más urbanos que rurales cuando no hace mucho éramos fundamentalmente rurales. Todo eso y mucho más es cierto.

Pero también es innegable que algunas realidades lejos de cambiar se consolidan. En Colombia hay un 2% de la población que es rica y lejos de reducirse este porcentaje, son cada vez más ricos. Muchos de manera legal pero otros de forma ilegal. Tampoco cambia la vergonzosa concentración de la tierra sino que por el contrario cada día menos latifundistas tienen más proporción de la mejor tierra del país. Han surgido dos sectores que concentran más el poder: los empresarios de la política que financian campañas políticas para tener pagos en contratos y en usar información privilegiada para enriquecerse sin ningún esfuerzo. Y el otro usa la política como vía al enriquecimiento.

Por eso tienen razón Acemoglu y Robinson cuando en su libro, ¿Por qué Fracasan las Naciones? señalan que Colombia es un buen ejemplo de sus tesis Y esa verdad duele. Ellos platean que “La diferencia entre los países prósperos y más equitativos y aquellos que no lo son, se explica por el tipo de instituciones económicas que los caracterizan. Pueden ser incluyentes cuando aseguran la propiedad privada, cuando tienen sistemas legales no sesgados, y cuando proveen servicios públicos que permiten un escenario igualitario donde la gente pueda intercambiar y contratar. Estas instituciones económicas incluyentes promueven la actividad económica, el crecimiento de la productividad y la prosperidad económica y por ende la tecnología y la innovación. Por el contrario, las instituciones económicas extractivas están diseñadas para extraer ingresos y riqueza de un subsector de la sociedad para beneficiar otro subsector.

Es absolutamente evidente que Colombia clasifica entre los países con instituciones económicas extractivas y así lo consideran los autores. Por eso nada cambia. ¿Por qué estas elites van a querer cambiar estas instituciones políticas para hacerlas más pluralistas? Aunque el ex ministro Echeverry se muestra en contra de lo que llama la visión negativa sobre Colombia de Acemoglu y Robisnon, admite que aciertan  cuando plantean “el inmenso freno que representa el violento sistema con el que se ejerce el poder político y económico a nivel regional.”  O sea, si existen en Colombia la política y las instituciones extractivas, que impiden que esta excesiva concentración de todo en unos pocos, cambie. Pero estas son verdades que duelen.

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